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Opinión

Un texto largo

29 septiembre, 2018 13:41

El lenguaje lo es todo y nada al mismo tiempo: nos diferencia del resto de seres, pues no deja de ser una ‹‹facultad del ser humano››, y a la vez nos convierte en auténticos animales. Y todo en función de la forma en que utilicemos el lenguaje, las palabras en su sentido más profundo. Estamos asistiendo a una degeneración del idioma, donde las palabras se rompen, fusionan, desaparecen o nacen dependiendo del momento social, pues solo las personas hacen uso de tan distinguido instrumento y son las encargadas de conservarlo y hacerlo progresar. ¿Pero está evolucionando de la mejor forma posible, adaptándose a las nuevas concepciones? Mi respuesta es negativa. Incluso añado que hoy la sociedad utiliza el lenguaje como patrón de clasificación y división entre comunes.

Leía en un libro que cuando Torcuato Fernández-Miranda impartía clases de Derecho, quien llegó a obtener la cátedra con apenas treinta años, las aulas se abarrotaban, tanto de alumnos como de público en general, solo para escuchar sus clases magistrales. Hoy, quizá, la Universidad se descongestiona con el pretexto de no escuchar sermones. No obstante, todavía existen buenos profesores que saben conquistar a sus alumnos por su lenguaje, por su forma de hablar y expresar su conocimiento, pues no hay mejor “tela de araña” que un buen comunicador. No confundir con charlatán.

El lenguaje, como digo, acerca y aleja posturas. Es un arma de doble filo capaz de ejecutar la sentencia de muerte. Hoy más que nunca prima eso de ser “políticamente correcto”, aunque en la intimidad seas un perfecto sinvergüenza: ante una cámara reclamo igualdad para los homosexuales, ante un espejo llamo maricón. Y es que no hay nada peor que no ser quien realmente eres, tratar de vender tu mejor cara a través de palabras vanas y, de puertas para dentro, cambiar radicalmente de postura.

Es cierto que, ahora, todo se mira con lupa. Todo puede rebotar en contra de uno mismo por culpa de sacar punta al mínimo comentario. Recuerdo como el ponente de una conferencia sobre Derecho Financiero y Tributario tuvo que pedir perdón e intentar salir del jardín donde se había metido con cada ejemplo: al hablar sobre el régimen tributario de los empleados del hogar pronunció las siguientes palabras: “señora de la limpieza”. Algo que pasó desapercibido hasta que él comenzó a reflexionar y pedir disculpas a los allí presentes por emplear el término solo en femenino. La conferencia perdió todo el interés a partir de ese momento: cada vez que una palabra admitía ambos géneros el ponente lo remarcaba…

Soy consciente de que hay que apostar por eso que llaman “lenguaje inclusivo”, pero si eso va a suponer que cuando escriba una columna tenga que poner una “x” en determinadas palabras para que sean neutras o tenga que duplicar conceptos para que ambos sexos se sientan acogidos o mal parados… Juzga por ti mismo, querido lector, que si has llegado hasta esta línea –lo cual agradezco– y el texto te ha parecido largo, no me quiero imaginar qué hubiera ocurrido si a cada palabra le doy todas posibles combinaciones para confeccionar un “artículo inclusivo”.