El otro día, un muy buen amigo mío hacía un comentario en un grupo de wasap que, amén de compartir, me hizo imaginar.
Tito estaba preocupado por la situación de Roma y clamaba en las plazas el próximo fin de Roma y de su imperio. La corrupción comenzaba un proceso galopante, la plebe vivía en el más destructivo onanismo sexual e intelectual, así como en el mayor del disfrute de los sentidos, la crispación política se producía como una imagen pública de los oscuros puñales que se utilizaban tras las bambalinas en las que, los unos y los otros, utilizaban a sus esbirros para asesinar al César; pero, pese a todo, Constancio no fue capaz de ver el oráculo de Tito, de forma que, con la división de Roma, las alianzas con el enemigo y la presión exterior, el imperio se hundía fruto de la podredumbre intelectual y moral de la sociedad, y la política, como reflejo de la misma, así como por las alianzas de los enemigos.
El proceso no fue rápido, ni fruto de unos días, sino producto de un lento, constante y profundo deterioro que duró el tiempo suficiente como para ser de tales proporciones que resultaba imposible su evitación.
Con Chema estoy de acuerdo en que estamos viviendo los momentos de Tito, en el que el cáncer está instalado en las más profundas entrañas de nuestra sociedad, que comienza a estar podrida y se avoca a su destrucción en la primera fase; pronto llegará la segunda fase de enfrentamientos y guerras para, en la tercera, hundir, de forma definitiva, la sociedad, la forma de vivir, en otra nueva era.
Cuando Roma desapareció llegaron los Barbaros, entramos en la etapa de la disgregación, la dispersión y la desintegración de la unión, en la que los señores feudales protegían a los súbditos a cambio de prebendas y derechos sobre sus vidas. Curiosamente, esos godos que destruyeron el Imperio romano, hicieron pervivir su derecho e intentaron reconstruir, a su manera, el imperio destruido.
Hoy, la estulticia utiliza la inconsistentica intelectual en la que está sumida la sociedad, hiper titulada e hipo preparada, la farsa, la mentira y el onanismo y el culto al cuerpo para, con unas gotas, ya chorreones, de crispación debidamente dirigida por unos medios de comunicación que sirven de primera línea, buscar el hundimiento moral, intelectual y social del imperio del capitalismo liberal, aún no sabemos si con una retrocesión temporal a estadios asimilables al comunismo o un barbarismo moderno aún más cruel; pero, en cualquier caso, de un Estado de Derecho a un estado de privación de libertad y ruina.
Estamos aún en el estadio de la carcundiosa destrucción de los valores, la pérdida de los conceptos, de los objetivos colectivos, en el tiempo del relativismo destructor y la falta de rigor preciso para el crecimiento; vivimos el momento en el que la derecha se envuelve en la bandera para robarnos la vida y la izquierda en los derechos sociales y de los trabajadores para robarles hasta sus pensiones, en la que unos mandan a los propios a morir por España mientras ellos no pierden un euro y los impropios a luchar hasta morir a los trabajadores de los que se lucran sin vergüenza.
Necesitamos o aceptar el fin de nuestros días que, por su proceso no veremos nosotros, pero dejaremos perfectamente encauzado para que lo vivan con crueldad nuestros vástagos, o empezar a reconstruir con sinceridad, solvencia, seriedad y esfuerzo los valores de libertad, esfuerzo, mérito y preparación, los valores que nos son propios de la cultura judeo cristiana en la que vivimos, respetando los marcos de juego, valorando la palabra dada y salvando de la destrucción un sistema que, únicamente, necesita fortalecer sus principios, fortalecer los sistemas sociales, poniendo en el centro al ser humano frente a todo, y restaurar los controles al poder, incrementando los mismos. Es una decisión personal, de gota a gota, pues la gota de agua perfora la roca, no por su fuerza sino por su constancia.