Cuando los balcones busquen culpables
Tiemble el Gobierno Sánchez, tiemblen tantos responsables que nos representan. Deberían saber el presidente Sánchez, el vicepresidente Iglesias, el president de la Generalitat Torra, todos, y algunos más, que los ciudadanos tienden, en medio de la desgracia, a buscar culpables. Aunque estos sean, acaso, inocentes. O presuman de ello. Si el Gobierno de coalición piensa que la gente comprenderá que está actuando bajo presión máxima, en circunstancias que jamás antes se habían producido y dándolo todo de sí, se equivoca. Ya sé, todos sabemos, que no se dispara al piloto cuando el avión está en pleno vuelo; pero luego llegan, como a aquel que aterrizó en el río Hudson, los debates, durísimos, y los juicios, no siempre muy comprensivos, sobre quién tuvo qué responsabilidades.
La gente no se consuela con aceptar que aquellos a los que votamos y pagamos para que nos representen y gestionen nuestros problemas están colapsados y no pueden más. La gente se pregunta, más bien, por qué las UCI tiene que recibir pacientes selectivamente, dejando a algunos necesariamente fuera; por qué no hay mascarillas ni respiradores; por qué los sanitarios a veces no tienen ni con qué protegerse.
De nada va a servir señalar con el dedo a los infractores del riguroso aislamiento que nos han impuesto, ni multarlos a millares, ni meterlos en la cárcel a cientos, si es que se pudiese hacer eso. Porque los españoles, sometidos a una tensión que va siendo difícilmente soportable, preguntarán, aunque no salga en las ruedas de prensa teledirigidas en Moncloa, qué hace allí un señor, que es vicepresidente, disertando en una comparecencia perfectamente prescindible, cuando debería, según los dictámenes del doctor Simón que se nos aplican a los demás, estar en cuarentena.
Sí, Iglesias, por este mero acto de protagonismo, ha quedado, me parece, ya amortizado. Lo mismo que, en otro orden de cosas, mucho más grave, claro, Quim Torra, que fingiendo angustiarse por el bienestar de los catalanes, acude a la BBC a desprestigiar al Estado en aras del independentismo, que parece lo único que le importa. Pagará, sin duda, por un fanatismo que ni siquiera otros independentistas ya comprenden.
Churchill, de quien aún quedan muchas cosas por aprender, supo, tras ganar la guerra a Hitler, que perdería las siguientes elecciones. La gente tiene que achacar a alguien la buena o mala gestión de su sufrimiento, y conste que no osaría yo calificar de buena esta del Ejecutivo español, que llegó sin saberse la lección y que es incapaz de ilusionar a los españoles con un futuro político más prometedor: andamos ahora con el mero palo policial, olvidadas las zanahorias. Y ahora, las zanahorias, y lo digo también por el discurso del Rey --no sé si muy bien planteado: recordaba demasiado a otros discursos, y así ha quedado evidenciado por una mera casualidad--, son más necesarias que nunca. Los habitantes de un país, España, tienen que saber que se pretende lo mejor para ellos, pero contando también con ellos.
Conste que no estoy prodigándome en una crítica generalizada: nada tan fácil como la crítica, y más ahora. Ni estoy animando a que nos saltemos, faltaría más, nuestras obligaciones ciudadanas y morales: todos somos responsables de nuestro porvenir. Concedo al Gobierno Sánchez, y mucho más aún al jefe del Estado, al que sigo admirando, que se mueven impulsados por la mejor voluntad del mundo, como no podía ser de otro modo. Pero creo que mi obligación hoy, como comunicador, es avisar, a quien corresponda, de que no es momento de 'corta y pega' alguno, ni de colar por la puerta de atrás a nadie en las estructuras de la inteligencia del Estado, ni de ir a chupar cámara atribuyéndose en exclusiva las tareas benéficas de la gobernación.
Estamos ya en otra cosa, muy en otra cosa, diferente al intento de tocar los cielos de la ocupación del Estado. Escuchen a los balcones: mañana hablarán las plazas, como lo hicieron indignadamente, sin que nadie se hubiese enterado de la que se venía encima, hace no tantos años. Y entonces, ni siquiera nada era tan grave como ahora.