Vergüenza e impotencia ante lo que vemos
“Pero en los muelles, las grandes grúas desarmadas, las vagonetas volcadas de costado, las grandes filas de toneles o de fardos testimoniaban que el comercio también había muerto de la peste”.
Jueves, 26 de marzo de 2020.
(12º día de cautiverio)
Me cuesta mucho dar una opinión sobre la situación dramática que está causando en España la pandemia de coronavirus. Porque son momentos de estar unidos e ir todos a una. Tiempos en los que, parafraseando a Kennedy, cada uno tenemos que preguntarnos no qué puede hacer el país por mí, sino que puedo hacer yo por mi país. Y lo que podemos hacer quienes no estamos en la primera línea del frente es tratar de mantener la calma, adoptar un comportamiento lo más cívico posible y tratar de seguir haciendo nuestro trabajo de la mejor forma, huyendo de posiciones interesadas o extremas.
Me cuentan, por ejemplo, que el precio de los geles desinfectantes se ha disparado. Si hace unas semanas la garrafa de 5 litros costaba apenas 2 euros, ahora un simple frasco te puede suponer 17. Estos son algunos de los comportamientos antisociales y antipatrióticos que hay que denunciar en la situación presente y que la autoridad competente debería sancionar con rigor, lo mismo que a esos sujetos incívicos que salen a la calle sin respetar las normas del confinamiento domiciliario y contribuyen con su insensatez a que la epidemia se expanda más y más.
Siento mucha vergüenza e impotencia ante lo que se está viendo estos días, sobre todo ante el contagio masivo de profesionales sanitarios y otras personas de los servicios esenciales por la falta del material adecuado. Pareciera el nuestro el país de Pancho Villa, en el cual cada uno se las tiene que apañar como puede para sortear al virus pertinaz dada la carencia flagrante de medios de protección.
Vemos así al personal de enfermería con gafas de buceo, con mascarillas de variada laya hechas a la carrera, con trajes de protección confeccionados con el primer plástico que se tiene a mano; a los enfermos tirados por los pasillos en algunos hospitales sobre improvisadas esterillas como ganado. O esas situaciones más trágicas en las que el personal sanitario debe elegir entre un paciente u otro por la falta de equipos de oxígeno.
La pandemia está poniendo de forma descarnada ante nuestros ojos la realidad profunda de las estructuras de nuestro país: sistemas de emergencia incapaces de prever situaciones como la presente, falta de previsión descorazonadora por parte de las instituciones públicas, las dificultades de coordinación que entraña el sistema de autonomías consagrado por la Constitución del 78, la anteposición de intereses políticos a los intereses generales…
¿Es que ninguna autoridad sanitaria y política supo ver lo que pasaba en China y luego en Italia? ¿Cuántas vidas de enfermos costarán todas estas negligencias? ¿Cómo entender que el 30 de enero la propia Unión Europea alertara internamente del peligro de expansión del coronavirus y hasta el 8 de marzo se siguieran autorizando manifestaciones de todo tipo y partidos de fútbol? ¿Por qué no se clausuraron mucho antes los colegios?
Y si el colectivo más vulnerable eran los ancianos, ¿cómo es que a nadie se lo ocurrió poner en marcha con antelación estrictos protocolos de prevención en las residencias de mayores? ¿Por qué esta carencia desesperante de material sanitario de emergencia? ¿Por qué las cifras de muertos en Italia y España son tan elevadas? En fin, para echarse a llorar, sin duda.
A mayores, la desconfianza del ciudadano ante las informaciones oficiales que se están vertiendo, el pleno del Congreso a horas intempestivas, los test famosos prescritos por la OMS que van llegando a cuentagotas y cuya eficacia se está poniendo en entredicho.
Una crisis sanitaria que se ha convertido en unas cuantas crisis: hospitales desbordados, médicos desprotegidos, test que llegan o no y no se sabe si sirven para mucho o para poco, la guerra entre autonomías de un signo u otro por unas mascarillas arriba o abajo… Lamentable espectáculo.
De la tremenda crisis económica consiguiente y de las medidas propuestas para paliarla no hablaremos para no deprimirnos aún más. Un país con una deuda brutal, de más de 100.000 millones de euros, al que ahora se le cargan sobre los hombros los miles de ERTES presentados, el gasto extra de la pandemia, etc., ¿tiene dinero para tanto?
La caja del Estado, que además es el principal damnificado por la crisis económica, porque algunas de sus principales fuentes de recaudación, v.gr., el consumo de combustibles, se han desplomado, ¿da para todo lo que se promete?
Son solo unas cuantas dudas, acaso ingenuas, de alguien que no es experto, claro.
Todo lo dicho sobre imprevisiones y negligencias sirve también para los macroorganismos de la Unión Europea. Y al respecto, me pregunto: ¿será capaz el euro de superar esta dura prueba?
Conque, esta mañana, después de cinco días, hemos vuelto al supermercado para hacer las compras básicas. Las calles muertas, el ambiente entristecido, las mascarillas y guantes revoloteando en el ambiente, la desconfianza entre unos y otros… ¡Qué tristeza tan grande! Un panorama de ciencia ficción, que hace un par de semanas ni se nos pasaba por la mollera.
Y aún hoy, después de 12 días de confinamiento, todavía me parece hasta mentira, un mal sueño, pois, pois.