Revolución negra (revisionismo histórico)
A todos nos gustaría que las cosas de nuestro pasado, personal y colectivo, hubiesen sido mejores de cómo fueron. Pero el pasado es como es y no como debería haber sido.
Eso no parecen tenerlo en cuenta los revisionistas de todo racismo, real o presunto, cruel siempre en el imaginario colectivo, que pretenden expurgar la Historia de personajes y acontecimientos que consideran siniestros.
Poco tiene que ver eso, digo, con la lógica indignación y hasta con la revolución negra desatada tras el asesinato de George Floyd. Los linchamientos icónicos sucedidos en Europa, por ejemplo, siguiendo la estela de decapitaciones de estatuas de Cristóbal Colón, suponen en el fondo un ajuste de cuentas con la Historia muchas veces injustificado.
Claro que hay personajes innobles hasta para los parámetros de su tiempo —muy distintos del nuestro, por supuesto—, como el inefable genocida Leopoldo II de Bélgica, cuyos asesinatos y torturas en el Congo han documentado infinidad de libros, entre ellos la paradójicamente bella novela de Vargas Llosa El sueño del celta, y que en vez de esculturas no merece más que el desprecio.
Muchos otros, sin embargo, vistos con los ojos y de acuerdo con los valores morales de su época, no resisten un juicio tan severo. Es más, probablemente de aplicar a toda la Historia criterios estrictos de hoy día, nadie podría salir bien parado.
Un ejemplo, al hilo de los acontecimientos de Minneapolis y sus secuelas, sería el mismísimo Abraham Lincoln, quien lideró la guerra civil norteamericana a cuenta del esclavismo. En plena contienda convocó a cinco líderes de la comunidad negra ante quienes reconoció que “vuestra raza sufre la más grande injusticia jamás infligida a un pueblo”, para inmediatamente sugerir que “si vosotros no estuvieseis aquí (en Norteamérica) no habría guerra”.
¡El propio Lincoln propuso a sus atónitos invitados que su comunidad fuese a vivir a una colonia de América Central para que negros y blancos fueran separadamente felices! Ya ven que semejante barbaridad, por episódica que fuese, podría acabar también con el icono de la igualdad racial en Estados Unidos.
Es que, habrá que insistir en recordarlo, cada tiempo histórico es distinto e ignorar esa evidencia puede conducirnos a la confusión y hasta la injusticia.