La moda de la intransigencia
Vivimos tiempos en los que quien se aparta de lo políticamente correcto lo tiene crudo. La moda afecta hasta a las estatuas de Cristóbal Colón, por no haberse quedado en casa y llegar a donde no pensaba.
Lo paradójico, digo, es que quienes más presumen de liberales y abiertamente cosmopolitas son quienes más desatan la furia contra el oponente ideológico y practican la caza de brujas que antes ellos denostaban.
El tema ha estallado con particular significación en Estados Unidos, tras el despido del director de opinión de The New York Times después de publicar un artículo de un senador republicano belicosamente conservador. Hasta ahí podía llegar la tolerancia del periódico liberal norteamericano, con cientos de columnas en un sentido ideológicamente opuesto.
Acababa así el presunto intento del diario neoyorkino de abrirse a los discrepantes y hacer más plural su opinión. Como dice otra de sus antiguas redactoras dimitida, su aperturismo le provocó a ella la hostilidad y el acoso hasta de sus propios compañeros de redacción, en un ambiente que impedía la libertad de expresión.
Lo peor ha venido después, cuando 153 intelectuales han escrito una carta abierta reclamando el derecho a disentir sin que eso ponga en peligro el lugar de trabajo de nadie. Pues resulta que la progresía de turno los ha puesto a parir por derechistas, aunque entre los firmantes figuren nombres de izquierda como Noam Chomsky o Margaret Atwood. Lo cual refuerza la tesis de su escrito de que “la forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o desecharlas”.
Ni por esas. El pensamiento antes liberal muchas veces no es tal sino sectario y excluyente. Qué lejos queda ahora de aquella frase atribuida por su biógrafa a Voltaire de “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
En esta hora de la intransigencia es justamente lo contrario. Y no sólo en Estados Unidos, por supuesto, sino que también se ha instalado en España y más lugares, donde los discrepantes, insisto, lo tienen crudo.