Marionetas de un teatro de guiñol
Hace ya unos años, alguien, en tono despectivo, me dijo que la abogacía en España se había domesticado y, de ser un referente innovador, de progreso y de modernidad, se había convertido en “postmodernos” de plexiglás y “pigiprogres” de salón con alma de “agroiuris”; en definitiva, lo que me quería transmitir mi interlocutor, con el que, por otra parte, estoy absolutamente de acuerdo, es que la abogacía española se había convertido en amaestrados leones que poco a poco se convierten en lindos gatitos.
Los colegios de abogados, poco a poco, se han ido acomodando al gobernador de turno de la comunidad autónoma con el que negociar universidades, escuelas jurídicas, posiciones de jueces en determinados estamentos, cursos y otra clase de prebendas y canonjías o sinecuras, altamente nutritivas en lo económico y con gran boato y postín, para los decanos, adláteres y amigachos del político y del madurador.
Con semejantes representantes, la abogacía y la procura se arrodillan ante los funcionarios que se engríen, ante los jueces que, en demasiadas ocasiones, los desprecian y al sistema que se les impone paulatinamente desde el poder, ya sea de formal como informalmente establecido.
Desde que el Sr. González comenzó su domesticación de la judicatura sometiéndola al control político con una designación del Consejo General del Poder Judicial, de los magistrados del Tribunal Supremo y del escalafón de la curia, que han desarrollado, aumentado y gestionado de forma indecente todos los gobiernos que le han seguido, con el plácet indecoroso de un Tribunal Constitucional, la Justicia en España está herida de muerte.
Primero los jueces, que se acomodan placenteramente ante la alfombra política y comprenden que su crecimiento profesional deja de ser por mérito y profesionalidad para pasar a ser de rendibú y amansamiento con el poder y dureza con el débil y lo aplican con indeseada prominencia según acceden a los estadios superiores.
Segundo, los funcionarios, que se hacen fuertes en esa escala y rápidamente comprenden que mejor del lado del poder que, tras retenerles sus emolumentos, les indican la línea de actuación que estos admiten con placidez.
Y tercero, el único dique de contención que quedaba era la abogacía, la única arma que resta al ciudadano para no someterse al poder eran sus letrados, a los que comenzaron por hacer comprender que la existencia de los colegios eran arcaicas formas de organización que debían de ser superadas por asociaciones sin poder alguno y a los colegios que se debía de modernizar en pos de una justicia moderna a la que se rinden en busca de las canonjías prometidas a los decanos.
El “perrito sin alma” se quedó sin ese “perrito ladrador” o “pitufo gruñón” con el que luchar contra los sistemas de imposición de una posverdad o mentira emotiva, que no deja de ser una pre-mentira cruel.
Se redujeron los ingresos de los funcionarios públicos de la administración de Justicia, se impusieron las tasas para poder acceder a la Justicia, en un sistema de limitación del Poder Judicial a favor del rico, discriminatorio en la medida que, un servicio social básico de un Estado democrático y de Derecho, se limitaba por el poder económico, se domesticaron los primeros y se pasó por encima de la línea de protesta de los Letrados.
Hoy, los funcionarios trabajan desde casa, se esconden tras la máquina, con la excusa del virus, en un camino ya iniciado desde la implantación de los procesos telemáticos -Lexnet- que, facilita el trabajo pero, hurta al Juez y a las partes la veracidad y autenticidad de los documentos y elimina determinados modos informales de solución de los conflictos para, ahora, desarrollar juicios “teletubbis” en los que las garantías para el administrado se limitan, las formas -fundamentales en todo actuar jurídico- se pierden.
Finalmente, en esa escalada de domesticación, como demostración de fuerza, pues no sirve en la práctica para nada, se obliga a los profesionales a no poder descansar, a ser los únicos trabajadores sin derecho a vacar, en una decisión que se oculta tras una hipotética forma de acelerar los procesos y recuperar el tiempo perdido con la epidemia, pero nadie, absolutamente nadie, ha sido capaz de luchar por esos parias que aceptan todas las imposiciones, no luchan, se pliegan y, de ser los Quijotes del ciudadano, se han convertido en los clon necesarios en un teatro de mentira y manipulación en el que vamos a convertir la Justicia.