La moción de censura (tan justificada como inútil)
La Moción de Censura que contempla el art. 176 de nuestra Constitución es una moción constructiva y continuista, es decir, no se trata tan sólo de derribar un gobierno sino de presentar un programa y un presidente de Gobierno, hasta el final de la legislatura en curso.
En la España democrática se han presentado cuatro mociones de censura y tan sólo una, la última, salió adelante al conseguir la mayoría absoluta (176 votos), que exige la Constitución, gracias a la traición del PNV, como siempre buscando ventajas para el País Vasco. Todas las demás fueron un fracaso respecto del objetivo fundamental que no es otro que el cambio de gobierno.
El pasado mes de julio, el presidente de Vox aprovechó su intervención en el último Pleno del Congreso para anunciar de forma sorpresiva la presentación de una moción de censura en el mes de septiembre. Y ese fue el primer error: las “mociones de censura no se anuncian, se presentan”, algo incuestionable en política y que provocó la chanza del “presimiente” Sánchez sobre las vacaciones del líder de Vox, aunque luego las suyas fueron ampliamente superadas por las del propio Sánchez viajando de palacio en palacio después de anunciarnos que habíamos derrotado al virus, que teníamos que salir a la calle, que éramos más fuertes y que iniciábamos la nueva normalidad, conseguida gracias a su brillante gestión de la pandemia.
El segundo gran error fue anunciar públicamente la presentación de la moción sin consultar previamente con los que pudieran apoyarla al margen de sus 52 diputados... y hasta los 176 necesarios hay un largo trecho, aunque consiguiera sumar los 89 del PP, algo improbable, y los 10 de Cs, algo imposible.
El tercer error es reconocer que no tenían candidato y que iban a sondear la posibilidad de captar un candidato ajeno a la propia formación política, para terminar proponiendo al propio Abascal ante el fracaso de lograr un fichaje atractivo para el electorado conservador.
Por fin, el último día de septiembre se presentó la moción que será defendida por el diputado catalán Ignacio Garriga en su campaña promocional cara a las próximas elecciones catalanes, momento a partir del cual los seguidores de Vox arremeten violentamente contra el PP por no apoyar la moción, en una actitud que yo calificaría más de visceral que de cerebral.
Es evidente que el PP no puede practicar el seguidismo a una decisión sobre la que no fue consultado y que además se muestra inútil desde el momento en que su inviabilidad es evidente. Eso sí, si Vox lo que busca es un altavoz para dar a conocer a su candidato a las elecciones catalanes e intentar captar votos entre los tradicionales votantes del PP, puede resultarles útil.
Mientras tanto, Pedro Sánchez se regodea en la Moncloa: va a conseguir que quienes le apoyaron en la moción de censura y con algunos de los cuales existían ciertas tensiones cierren filas en torno al que se auto titula como “líder mundial”, porque de prosperar la moción, lo que vendría sería mucho peor, para los intereses separatistas, comunistas, “filoterroristas” o populistas. Conclusión: la moción refuerza a nuestro “fraudillo”.
Es evidente que el PP en ningún caso puede apoyar la moción, pues inmediatamente se les identificaría con Vox y se volvería a hablar de la foto de la Plaza de Colón. La duda puede estar entre la abstención y el no, y hasta el momento no se ha hecho pública su intención. Por su parte, Cs votará necesariamente no. Su aproximación mendicante al Psoe no le permite otra decisión.
Me temo que mi posicionamiento en este tema disgustará a algunos de mis amigos de Vox y del PP, e incluso a algunos de los votantes de ambos partidos, pero tengo por costumbre decir lo que pienso y no lo que resulte más agradable a mis lectores.
Y como los plazos de la moción de censura están tasados en la Ley, tiempo tendremos de analizar sus resultados, y la estrategia de Sánchez que, con la complicidad de la presidente del Congreso, puede diluir el debate de la moción en un orden del día no especialmente dedicado a este debate, e incluso no salir a la tribuna a rebatir lo expuesto por el candidato.
En definitiva, no es que Pedro Sánchez no se merezca una moción de censura, algo que nadie duda a estas alturas, sino que el efecto de una moción de censura en estos momentos es, además de inútil, contraproducente.