El experimento de Madrid
Todos sabemos que las elecciones de la Comunidad de Madrid son mucho más que una cuestión regional. Si no, no se habrían involucrado tanto desde Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, por un lado, hasta Pablo Casado y Santiago Abascal, por otro.
Estos comicios son un experimento de que podría pasar a escala nacional en unas próximas elecciones polarizadas hasta el máximo. No nos engañemos: el frentismo político de bloques no alcanzó su apogeo hasta la llegada de Sánchez a La Moncloa y desde entonces no ha disminuido un ápice; no se trata de que el ciudadano elija libremente entre una u otra opción política, sino de destruir al contrario a toda costa.
En esto, me permitirán que diga que la izquierda tiene ventaja, ya que la confrontación callejera es lo suyo. Hasta Pablo Iglesias, a quien lo que más le gusta es zafarse en el barro, ha bajado de su pedestal para atizar todo tipo de bajezas a sus rivales.
Si esto es, como vengo diciendo, un experimento, estamos incumpliendo aquella máxima de Eugenio D’Ors de que éstos deben hacerse con gaseosa para así preservar el champán. Aquí sucede justamente lo contrario, que la exacerbación del odio alcanza niveles paroxísticos y sólo parece un preludio de lo que viene. O sea, que se trata de fuego dialéctico real.
En principio, se supone que quienes no estamos censados en Madrid seríamos inmunes a este tipo de sentimientos; pero no es así. La primera consecuencia de esa polarización es la reafirmación de filias y fobias a nivel nacional.
Por eso, lo que está sucediendo en Madrid es tan inquietante y su incierto resultado electoral es para poner los pelos de punta, gane quien gane, dada la oposición de cada bando en reconocer el éxito del contrario. Y en esto, permítanme que lo diga otra vez con mi pesimismo, será tan malo el triunfo de la izquierda, con su apelotonamiento de frustrados deseosos de destruirlo todo, como el de una derecha a la que la izquierda impedirá en la calle gobernar con el orden y la garantía que se le supone que es lo suyo.