In memóriam | Rufino Holgado, el último ebanista
Rufino Holgado, el ebanista que vivía en Vitigudino, pero su asiento de corazón y vida estaba en Encinasola de los Comendadores, comenzó su vuelo eterno en la tórrida jornada de este domingo de julio. Dijo adiós como fue su vida, sin hacer ruido y desprendiendo amistad y sentimiento a todos sus amigos, a quienes no nos hizo partícipes del mal que lo comía por dentro. Fue esa última llamada, hace algunos días, en la que se despidió, con su voz ya apagada, dando las gracias por tanto y por nada. Fue el nudo que se puso en la garganta y tuvimos que hacer de fuerza corazón para insuflarle los ánimos que, por cierto, nos daba él. Rufino, el artista que cincelaba madera y vida, amistad y sentimiento, se nos fue tan callando...
Dándole vueltas a la vida que queda atrás, recuerdo mi llegada a Vitigudino desde los 'madriles' por motivos de salud y esa casa, su casa, allá en lo alto del cerro, que da la bienvenida a la villa, que era su taller y su vida, se abrió como mi segunda vivienda. Cuántos ratos pasé en el taller aprendiendo vida, que no el arte de la madera que solo era de su incumbencia. Allí, oliendo madera, resinas y barnices -los que al final se lo han llevado-, encontré lo que me faltaba, una familia abierta, sana, donde siempre tenía un plato de comida... Era su familia, de la que tanto se enorgullecía y la que le traía paz. Sí, Maripaz, su esposa, a la que tenía subida en lo más alto del altar como una santa. César, el mayor, el que seguía sus pasos y también era todo bondad y sencillez, como su padre, y cómo no, el más pequeño, Alejandro, quien parece el calco del tío Chabila, que no es poco.
Rufino vivía para dentro y para sus amigos. Un hombre que no era de fiestas rumbosas en bares y chiringuitos, porque llevaba la rectitud como bandera, sí en sus aposentos y en los de los amigos. Un hombre bueno, de los pocos que se les puede llamar buenos... nunca, en los casi 30 años que tuve la dicha de gozar de su amistad, le vi discutir con nadie. Rufino era mirar para otro lado, y refugiarse en los suyos, que, por ser, éramos muchos.
Recuerdo también aquella jornada de sábado, allá por 1996, cuando fuimos a comer un cordero que mató feliz el tío Chabila para dar la bienvenida al grupo y a la familia, a esa otra familia, los Mayalde, Eusebio y Pilar, que eran como su referencia artística -porque 'el último ebanista' también era tradición, que desprendía en cada 'joya de ébano que esculpía'- y de la que con Eusebio se hizo como su otra mitad. Eran dos personajes, porque lo son, que se alimentaban uno al otro cuando hablaban de pueblo y tradición. En la última llamada, cuando me dijo "gracias por todo, por hablar de mí, por darme a conocer y abrirme nuevas amistades y querer a mis hijos", también me transmitió su felicidad porque una canción de su pueblo formaba parte del último CD de los 'Mayalde', y encima él como informante.
Ese era Rufino, 'el último ebanista'. El hombre de las pequeñas cosas. El que hacía felicidad de los amigos y sus nietas, y también, cuando vivían, de su madre, y el tío Chabila, sus dos referentes de imagen y vida. Cuántos recuerdos afloran en este momento de dolor, por el vuelo eterno que emprende un amigo, de los que siempre estaba ahí, en lo bueno, porque lo malo no anidaba en esa casa del cerro, solo la enfermedad cuando llegaba. Cuántos ratos de charla y ánimo cuando Maripaz también se curaba de ese nombre que no se pronuncia. Ahí estaba Rufino, como un junco, que se dobla, pero siempre seguía en pie.
Rufino se nos ha ido, a tantos... pero su llama sigue encendida. Esa fue la última palabra que pude intercambiar antes de que colgáramos porque el oxígeno y la emoción flaqueaban. Sigue encendida con sus dos vástagos, César y Alex que guardarán su memoria, la de un padre, un ejemplo y un artista. Porque las personas pasan, tenemos que pasar todos, buenos y malos, ricos y pobres, personas y 'mangulanes' -esa expresión que tanto gustaba atribuir a los veletas, aprovechaos y gentes sin escrúpulos-, pero también quedan los legados de las buenas gentes... porque Rufino fue hijo, marido, padre, abuelo y amigo, todo en uno.
En este último adiós, decirte Rufino que puede que tu paso por el mundo fuera fugaz, pero la llama que dejaste encendida es inapagable. Fuiste un verdadero amigo, porque eres capaz de tocar mi corazón aunque ya no estés. Infinitas gracias por tu cariño y tu amistad. Los recordaré mientras espero el momento en que nos podamos reunir de nuevo.
Vuela alto amigo.