Por la Virgen, a Guijuelo
Fiel a mis tradiciones, vuelvo por la Virgen de Agosto a Guijuelo, un oasis de prosperidad jamonera en el mapa adverso de la España del interior, un año más convocado por la feria mayúscula que José Ignacio Cascón ha sido capaz de hilvanar, empresario que sabe y siente la tauromaquia y que ayer mismo ya nos regaló una corrida mixta de auténtico lujo en Cantalpino, sólidamente respaldado (hay que subrayarlo) por el ayuntamiento de la villa chacinera.
¡Qué ferión!, insisto, el guijuelense, hecho realidad cuando pisaron el ruedo, dispuestos para romper el paseíllo, Capea, Cayetano Rivera Ordóñez y Pablo Aguado, terna de presente y futuro que se paró ante la presidencia, momento en el que todos nos pusimos en pie para seguir –yo con la mano en el corazón- el himno de España, escuchado con respeto y cariño y cerrado con un aplauso igual de sentido, aplauso al que yo no me uní, y no me uní porque tengo la costumbre de aplaudir en silencio, con los ojos y por dentro cuando las causas de verdad son grandes.
Toros de Carmen Lorenzo, los murubes mejorados de la familia Capea que para mí constituyen otro motivo de expectación cuando se lidian a pie, porque estos astados, inexplicablemente no tenidos en cuenta por las figuras y restringidos a las corridas del arte del rejoneo, tienen un son excepcional. Como inmediatamente demostró el primero, “Platillo“, persiguiendo por abajo los vuelos del capote y la muleta de Capea, aunque acabara acortando la embestida y poniéndose peligroso; y como a continuación corroboró el segundo, “Flor”, que ya de salida metió la cara con excelencia, besando la arena.
Cayetano y “Flor”, cinqueño con volumen y hechuras, se tantearon y se midieron, pero enseguida se acoplaron el uno al otro, así que la faena fue creciendo entre naturales inmensos y pases de pecho con aroma de clasicismo para desembocar en una clamorosa petición de indulto, momento en el que el diestro, gustándose, se confió, lo que el toro aprovechó para prenderlo por el bajo vientre, lanzándolo por el aire de mala manera. A mí la cogida se me hizo de consideración, pero Cayetano, casta Ordoñez y corazón Paquirri, se sobrepuso y volvió a su cara, visiblemente dolorido, para impartir con magisterio una serie de naturales que le brotaron del alma y le dejaron sin aire, mandándolo a la enfermería, posiblemente con alguna costilla rota.
Qué grandeza la de Cayetano, consustancial a la Fiesta, y qué lección magistral de amor al toro, porque recuperó su sitio para ayudar a “Flor” a ganarse el indulto, superando “la circunstancia” de que, a tono con su bravura, apenas hacia unos instantes que había intentado quitarle la vida.
A tono con esa grandeza, Capea derrochó valor, exhibió oficio, ostentó tesón y manifestó poderío, virtudes al servicio de un toreo de fases vibrantes y con ligazón sostenida, recetas aplicadas con éxito para corregir las dificultades, por ejemplo, de “Lucinco”, el cuarto de la tarde, al comienzo algo áspero y rebrincado.
A tono con esa grandeza, Pablo Aguado demostró una sevillanía quintaesenciada, dueño sereno de un capote alado y de una muleta sosegada, con limpieza de trazo, suavidad en la ejecución y armonía en los remates.
O sea, un año más la feria de Guijuelo ha empezado dando de verdad lo que anuncia y se espera: toros cuajados y toreros inmensos, acompañados por unas cuadrillas siempre atentas y eficaces, lo que no excluye episodios menores, generalmente inadvertidos, hasta graciosos. Verbigracia:
ara episodio gracioso, pues ese de Juan Carlos Porras, banderillero de Capea, que tras banderillear al primer toro lo asestó un capón desde el burladero, enfadado con él por habérsele parado y hecho un extraño en el instante de la reunión.
En lance de atención y eficacia, pues ese Iván García cuando su jefe de filas, Pablo Aguado, pinchó y al no pasar quedó a merced de “Botinero”, peligro por él conjurado al volar y llevárselo en menos de un amén con la punta del capote.
En definitiva, tarde intensa y lograda así en lo mayúsculo como en los detalles.
Not.: Leo y escucho que “Flor” prendió a Cayetano cuando, ya indultado, éste lo conducía a chiqueros. Nada de eso: los tendidos lo pedían, pero el presidente se mostraba remiso, de modo que “Flor” no estaba indultado y Cayetano toreaba a su favor, confiado y gustándose, metidos en tablas por el extremo contrario.