Fallas y musulmanes
Lo confieso: he estado a punto de no escribir este artículo. Ya ven lo que pesa el miedo a incurrir en la ira de los radicales de un islamismo sin sentido del humor y con sentido de la venganza.
Todo viene a cuento de la decisión de una Falla valenciana de “no quemar la mezquita y luna que componen la obra por ser conocedores del significado que esto pueda tener”. Esto, publicado en letrero bilingüe en castellano y árabe en la propia escultura, no explica en qué momento fueron conocedores del tal significado. No lo fueron cuando se proyectó ni materializó la obra, porque no la habrían realizado, sino después de las presiones y/o amenazas al respecto.
O sea, que en el caso de los falleros, como en el mío, estamos hablando de miedo, que tras sucesos como las caricaturas de Mahoma en Charlie Hebdo y otros hechos sangrientos resulta del todo justificable y explica la poca y amable repercusión que ha tenido el hecho en cuestión.
Para endulzar su actuación los falleros de la autocensura afirman que “nuestra intención nunca ha sido la ofensa sino todo lo contrario, la celebración de una fiesta donde todas y todos podemos y debemos darlos la mano”.
Contrasta esta exculpación, con la falta de autocrítica del resto de Fallas que ironizan, satirizan y ridiculizan sucesos de la vida cotidiana local, nacional e internacional, tal como consiste la esencia de la obra escultórica que se quema cada año. A pesar de episódicos acontecimientos de censura, hasta en época de Franco, que sí la hubo, la caricatura y la burla fueron la médula de la fiesta fallera.
Esto nunca excluyó, por ejemplo, la crítica a actuaciones de la Iglesia Católica, por ejemplo, cuyas imágenes han sido quemadas sin rubor ni contención alguna.
Tras esta experiencia de la Falla Duque de Gaeta-Pobla de Farnals, que es la de la censura en cuestión, está claro que hay dos varas de medir: la de libre crítica a lo divino y lo humano, y la censura a todo lo que se refiere al mundo musulmán, no vayamos a liarla, según deben opinar los censores.