En la antigua Roma se acuñó la expresión "pasar el Rubicón", que significaba dar un paso decisivo asumiendo un gran riesgo. Por prudencia, el Senado romano estableció que ningún general pudiera cruzarlo con su ejército en armas, a fin de evitar un golpe de Estado. De manera, que cuando las tropas armadas cruzaban esa línea, había que ponerse en lo peor. Salvando las distancias, esto es lo que hizo ayer el presidente de la Junta de Castilla y León en relación a su socio de gobierno, Ciudadanos.
La guerra fría ha comenzado. Que algo se ha roto en la entente PP-Ciudadanos en Castilla y León es ya público y notorio, desde que ayer los populares votaran alineados con el PSOE y toda la oposición para desmantelar el plan de reforma sanitaria que abanderaba la consejera de Ciudadanos Verónica Casado. Una provocación que deja entrever el camino elegido por Mañueco ante la encrucijada que se le avecina: cabrear a Francisco Igea, su irascible socio de gobierno, para que rompa el pacto y convocar elecciones anticipadas, siguiendo el exitoso ejemplo de Isabel Díaz Ayuso, para tratar de gobernar con mayoría absoluta, tal y como auguran las encuestas. Así afrontaría las elecciones autonómicas de 2023 en una posición de fortaleza que le permitiría borrar del mapa a un Ciudadanos decrépito que no ensombrezca la gestión de su primer mandato y revalidar la victoria.
Pensándolo bien, quizás no le queda otra opción al presidente de Castilla y León, pues la alternativa no es agradable: dejar pasar el tiempo y arriesgarse a que el PSOE presente otra moción de censura el próximo mes de marzo, fecha en la que ya transcurrido un año, el reglamento de las Cortes le habilita para volver a intentarlo, esta vez con más posibilidades, pues recordamos que en el último intento el PSOE consiguió arrancar una procuradora a los ‘leales’ socios de gobierno de Mañueco, y que los partidos regionalistas no se sumaron al ver que la moción no iba a prosperar. En una próxima ocasión esto podría cambiar, y Mañueco no piensa arriesgarse.
Hasta la fecha, y a pesar de las tensiones internas cada vez más evidentes, ambas formaciones mantenían un discurso al unísono. La fortaleza de la coalición parecía indestructible tras superar la dura prueba de lealtad a la que fueron sometidos los procuradores naranjas con la moción de censura del PSOE, en la que no obstante perdió la mayoría absoluta, pero la proximidad de las elecciones generales y autonómicas y la estrategia triunfal del PP de Pablo Casado, obligan a Mañueco a fortalecer su posición en clave electoral.
El plan de reforma sanitaria no ha sido más que la excusa para poner en marcha esta estrategia, lo que además le permite al presidente reconciliarse con los alcaldes y votantes del medio rural, el granero electoral más potente de los populares, muy molestos con lo que pretendía hacer la Junta con los consultorios y centros de salud de los pueblos. Por mucho que a nadie se le escape que no queda más remedio que poner en marcha un Plan Aliste, u otro parecido, para racionalizar los recursos sanitarios en el medio rural, ante la inexorable escasez de personal y de medios, que no deja muchas opciones. Pero una cosa es pensarlo, y otra es decirlo, o hacerlo. Ahora Mañueco prefiere embarcarse en un diálogo -posiblemente estéril- con la oposición para buscar soluciones a gusto de todos para ese deseado mapa de organización sanitaria, al estilo del Pacto de Recuperación. Y así transcurrirán los meses y en el horizonte, una nueva legislatura.
De momento, Igea se ha contenido, y no ha entrado en el juego. No romperá la baraja, ha asegurado, “yo no voy a traicionar a mi socio de gobierno en una tarde o en una noche".
Hasta la fecha, el papel protagonista de Francisco Igea y su mano derecha, la consejera de Sanidad, Verónica Casado, han actuado como un escudo para el presidente Mañueco, a pesar de las críticas que ha recibido por ello. Han sido ellos quienes han llevado la voz cantante durante la pandemia, pero sobre todo para dar malas noticias: muertes, el recrudecimiento de las sucesivas olas de COVID y la adopción de medidas tan impopulares como los confinamientos perimetrales, el cierre de comercios y hostelería, toques de queda… de las que no ha escapado nadie.
Ahora que la vacunación ha llegado casi a su fin, y que la situación epidemiológica comienza a mejorar, a Alfonso Fernández Mañueco le interesa adoptar de nuevo un papel protagonista y llevarse los laureles de la recuperación. Hoy mismo, en Ponferrada (León), el presidente de la Junta ha participado en los actos organizados con motivo del Día del Bierzo, y allí ha anunciado la mejora de la sanidad pública “que todos deseamos” y un encuentro, la próxima semana, con los presidentes de las diputaciones para debatirlo. A los bercianos, que la unidad de radioterapia para la zona será realidad, y ha dejado claro: “No es un compromiso de la consejera de Sanidad, también de la consejera, sino un compromiso personal, mío, que hoy vuelvo a ratificar”. A buen entendedor…
En síntesis, en una estrategia muy bien calculada, de riesgos políticos evidentes, Mañueco ha decidido cruzar el Rubicón en el pacto que viene manteniendo con Cs. Cualquiera de los dos desenlaces posibles le vale: freno a la reforma sanitaria de Cs sin que la formación naranja se atreva a romper la baraja y que el gobierno de coalición continúe hasta el final de la legislatura; o que Cs saque los pies del tiesto y opte por la ruptura, lo que llevaría a Mañueco a convocar elecciones amparándose en cualquier movimiento en su contra por parte de Cs. He aquí la penosa disyuntiva que tiene ante sí el antaño flamante Francisco Igea.