El INE ha vuelto a corregir a la baja las euforias de crecimiento del Gobierno con un aviso claro: a la inflación hay que prestarle atención, porque supone un desequilibrio para el poder adquisitivo de los ciudadanos.
Y como bien recordaba hace unos días a este periódico Juan Carlos De Margarida, presidente del Colegio de Economistas en Valladolid, no olvidemos que la Economía la mueven los bolsillos de la gente. El gasto se convierte en ese aceite capaz de poner en marcha la maquinaria de la que todos vivimos. Es el combustible para que el panadero compre harina, el proveedor de harina pague las clases de inglés de su hijo a la profesora que se las da on line, y ésta acuda a esa misma panadería a comprar su habitual barra. El mismo billete dando vueltas como un tonto sin salir del barrio.
La ministra Yolanda Díaz, que ahora quiere ser simplemente Yolanda y borrar del mapa a Unidas Podemos, acude a la llamada del obrero con las alforjas llenas para regalarnos un dinero que le tiene que quitar previamente a otros, quienes, por cierto, no terminan de ver éste el mejor momento para esa generosidad. La tranquilidad que le debe de dar a uno disparar con pólvora ajena, oiga.
Así, amortiguamos el golpe político de pagar la luz a golpe de talonario y de que poner una pizza en el horno se haya convertido en un acto burgués, dependiendo de la hora en la que se encienda el electrodoméstico en cuestión. El incremento descontrolado del IPC pasa a ser algo residual al lado del protagonismo alcanzado por unos costes de la electricidad a los que nada ni nadie puede hacer sombra.
Yolanda, simplemente Yolanda, reparte ilusión y dinero subida a su carroza de Reyes Magos repleta de pegatinas y reclamos en los que ya casi podemos leer su candidatura a las Elecciones Generales de 2023, mientras los escraches se los hacen a Pablo Iglesias, que ni siquiera está ya en el Gobierno. Yolanda ya puede verse a sí misma empoderada, mujer, presidente, feminista y bajo las siglas de su propio nuevo partido. Es el avance de temporada de El Corte Inglés, pero en versión Lo que queda de Pablo.
Aquí, en Castilla y León, estamos a otras cosas: el PP de Casado se ha dado un baño de masas en feudo seguro para arrancar su Convención Nacional. Y ha tenido la inteligencia de invitar a quienes refrendaran su estrategia de diferenciación sin paliativos frente a Vox. Que eso de que lo digan sus socios europeos, le da a la decisión estratégica de los populares algo así como más lógica. Las responsabilidades compartidas, pesan menos.
Así que Casado se arrima a la estela de Angela Merkel a través de Tusk -expresidente del Consejo Europeo-, y de Tajani, -presidente del Parlamento Europeo- quienes sin pudor hablan ya de que el palentino es poco más o menos que la última esperanza en Europa del centro-derecha, centro a secas liberal o liberal a secas, que quiere ser el PP. Porque a estas alturas, ya no sabe uno exactamente, como diría aquel, qué quiere ser el Partido Popular cuando sea mayor.
Y en medio de tanta ovación y ración edulcorada de ego, el presidente Fernández Mañueco ha conseguido atenuar levemente el asunto de la atención primaria con esto de la convención nacional del partido. Que nada como la vieja política para anunciar la nueva, mientras mira por el retrovisor al portavoz Igea.
En Génova, según las encuestas demoscópicas, acarician ya enviar a Pedro Sánchez al banquillo de la oposición. Están convencidos del apoyo de Vox y Ciudadanos si llegara el momento, los unos porque a pesar de los pesares, llevan en su ADN derrotar el socialismo, los otros porque quizá fuera su última oportunidad para entrar, por fin, en un Ejecutivo nacional. Si por entonces, eso sí, aún queda algo del partido de Arrimadas.
Quién diría que estuviéramos ya en precampaña.