"No hay pan para tanto chorizo..." Cuanta verdad hay contenida en esta frase que pude leer en uno de mis viajes a Madrid y que adornaba las paredes de una de las autovías periféricas de la capital. España, como Cataluña y otras regiones, han caído, en un todo vale, que lo arregle otro, tonto el último, o sálvese quién pueda, en definitiva, en un idiosincracia de la que va ser difícil salir, si la sociedad no se regenera y si no aplicamos las leyes de forma tajante y rápida. 



Como siempre la vida cultural, social y política de nuestro país se sigue alimentado de mitos, de imágenes prefabricadas y, sobre todo, de frases hechas que han servido para crear la sensación de que se está por encima de todo, aunque a veces no exista coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. El falso progre y el falso progresismo es y ha sido, además de ir engordando, el gran modelo de lo que muchos dicen ser y alimentan para vivir de espaldas a sí mismos y a los demás, en pocas palabras a la honradez.
Muchos y muchas de estas almas simples, de moral e ideas también distraídas, según toque, por moda e imagen se creen por encima de los demás. Siempre parecen hacer lo correcto porque todo lo que hacen es moderno, es progre, inclusivo y sostenible, y se opone o está por encima de lo correcto o establecido. Ha sido chocante ver y oír las declaraciones de unos y otros apenados de saltarse las sentencias de la justicia o de tener que apoyar a delincuentes y asesinos un día sí y otro también; mientras no sabemos donde van a parar algunas maletas que no ya sobres, ni el dinero de los uno y mil chiringuitos que se inventan unos y otros.
La ostentación económica fue condenadamente capitalista hasta que el progresismo se decidió abandonar la pana y los coches sin aire acondicionado. A partir de entonces aquellos hábitos se convirtieron en correctos. Aunque con el paso del tiempo lo correcto haya ido subiendo del listón del nivel económico y social, pues nunca se tiene bastante. Al final los tontos somos los buenos ciudadanos que no conocemos las leyes ni para pagar menos en la declaración de la renta. 



Los listos son los progres porque conocen la ley para pagar menos sin aparentemente delinquir o para contratan a otros listos. Los progres de hoy en día son entendidos conocedores de paraísos fiscales en los cuatro puntos cardinales, defraudadores legales, asesores de no se sabe qué, donantes a cambio de desgravaciones, asistentes invitados previo pago a mil y un eventos, etc., eso sí siempre adornados o adornadas de mil y un currículum, masters o doctorados en no se sabe qué o no se sabe donde... De esta forma lo que se hace viejo se cambia o se tira pues afecta a la imagen, y cambian el currículum... Los de a pie somos los tontos o los menos listos por no tener dinero para comprar currículum o tiempo, o contratar quién haga el trabajo sucio.



El cartel de la modernidad y el progresismo, a pesar de la crisis, sigue vivo, siempre ha monopolizado la cultura urbana y la liturgia de la imagen. Ahora con la etiqueta de inclusivo y sostenible. En una sociedad en crisis y que va camino de la pobreza, el lujo adquirido sin esfuerzo, cada vez más, se está convirtiendo en etiqueta modernidad y progresismo. En estos inicios del siglo XXI se ha conseguido la cuadratura del círculo al poder seguir predicando los valores de antaño como el pacifismo, la defensa de los trabajadores, la solidaridad con los oprimidos, mientras en la vida diaria quienes lo predican viven en el lujo y practican un capitalismo de lo más corriente. El progresismo adapta sus mensajes a sus necesidades e intereses, y nadie le censura por abandonar, y olvidar lo dicho y lo hecho.



La realidad es que hoy en día, sumada la plandemia, la gente empieza a morir con una cara total de abandono, con la cara de una persona a la que quemaron sus ilusiones de juventud, con la cara que se queda al darse cuenta de que cualquiera puede acabar con tus sueños, que por tuyos a nadie importan, y que por falta de medios ni siquiera, a partir de ahora, podrá defender con justicia. 



La vida nos enseña a todos a sobrevivir. Las sensaciones no precisan de actitudes coherentes y consecuentes, la verdad como el sentido común relucen por sí mismos. Al final parece que todos queremos estar en la cresta de la ola, es decir arriba para no mirar hacia abajo. Como escribió Alfred de Musset: "el mal del siglo tiene que ver con dos cosas: lo que era y ya no es, y lo que será y no es todavía". Al final, todo es lo mismo, aunque ya no hay pan para tanto chorizo, y no podemos evitar que se nos quede cara de tontos.