Intur es esa España que está deseando salir de su tierra para conocer la de la otra punta, con sus diferencias, que para eso sale uno de casa. Para conocer lo de siempre, ya me dirán qué gracia tiene.
Intur es la España que existe en paralelo a la de los haters, las imposiciones lingüísticas y la matraca separatista desde el Congreso de los Diputados.
En Intur no hace falta gastarse casi un millón de euros en traductores (como apoyó el PSOE junto a independentistas y nacionalistas para comunicarse en el Senado), para conocer más de cerca el casco medieval de Vitoria, ni la ermita de la Antigua en Guipúzcoa, o ese pueblecito amable gerundense de Campodrón que con orgullo nos recuerda que fue cuna de Albéniz.
Porque en Intur se reúne esa España que te invita a su casa y quiere compartir contigo su vino, su queso y sus costumbres, con la promesa de hacer un día una escapada y conocer también las tuyas.
Allí cada cual habla el idioma que sabe y que le permite comunicarse. Y como la cosa es charlar y entenderse, la sonrisa previa anticipa las ganas de comunicarse. Porque allí uno va a conocerse, a ampliar su cartera de clientes o a descubrir de primera mano el mapa infinito de destinos turísticos que esconde España. Había ganas de los otros. De salir del yo para descubrir de nuevo el tú. La pandemia ha sido un experimento grotesco de nihilismo emocional.
Así que como todos conocen el castellano, que es lengua oficial en todo el país, a nadie se le ocurre tirar de nacionalismo rancio en esta ocasión, no sea que el visitante se vaya adonde lo entiendan.
Estrechas la mano, con fuerza, con ganas. Había ganas de reecontrarse, de mirarse a la cara, de relacionarse. Visitas el expositor de Andalucía, el de Castilla y León, el de Vizcaya o el de Madrid. El de la Valencia bonita y el de Boñar: ese pequeño pueblo de León donde siguen sirviendo las mejores truchas de río y la mejor tortilla de patata. Qué bonita eres, León.
Y hay ganas. Ganas de volver al País Vasco, a la Región de Murcia, a hacer una escapada a tierras manchegas y, por supuesto, a conocer los rincones que aún quedan por explorar en esa Castilla y León de marrones, amarillos y verdes que inmortalizó Cuadrado Lomas en sus bastidores antes de irse a pintar las nubes con sus pinceles.
Y Portugal, hermana y compañera ibérica, acude a Intur un año más a ofrecernos sus rutas, su gastronomía y los fados con los que te roba el alma Mariza.
Y quien fala portugués trata con los profesionales lusos que acuden a la feria de manera natural en ese idioma. Por una cuestión de cortesía. De profesionalidad. Porque lo normal es querer entenderse. En caso contrario, son ellos quienen se defienden más que bien en castellano. Lo han hecho siempre.
Te invitan a un vino. Les hablas tú también de tu Ribera de Duero. Ése éxito que con orgullo nos adjudicamos todos, como si formara parte de nuestro tesoro familiar.
Y así se entienden las gentes. Así pueden vivir. Con la primera y más importante herramienta para poder convivir: un lenguaje común.
Y esas gentes de Intur son quienes te devuelven a esa España de la que no debimos salir jamás.
¿Se le habría ocurrido a alguien del expositor del País Vasco atender a un visitante en euskera? ¿A alguien del de Cataluña hacerlo en catalán? ¿Por qué? ¿Para qué?
Se ve que en la Cámara Alta el esfuerzo natural de comunicarse en la lengua que es común a todos los españoles desde hace mas de mil años, era excesivo para nuestros senadores. Les ofendía no poder hablar en valenciano, catalán, gallego o euskera. Así somos de importantes, o de necios.
La España de Intur es la que disfruta reconcociéndole al de al lado la maravilla de su románico, o de sus vinos, o de sus grutas y parajes. La España de Intur es la que quiere invitarte a su casa y que vuelvas diciéndole a los tuyos que has descubierto una tierra maravillosa donde pasar un fin de semana.
Luego está la realidad de quienes necesitan hacer de la sociedad el estercolero en el que justificar sus odios. El estercolero en el que cada día verten cubos de intolerancia y xenofobia con el objetivo de que no nos entendamos.
Mañana lunes volveremos a atragantarnos con los nacionalismos excluyentes desde las sedes de los partidos, desde Twitter o desde los titulares del periódico. En quienes controlan que los niños no hablen en castellano en el recreo con sus amigos y en el funcionario que es amonestado por no responder en catalán.
Pero a la España de Intur siempre nos quedará tener ganas de País Vasco o Cataluña y seguiremos entendiéndonos en el idioma oficial común que nos une, que no es el nuestro, sino el de todos, mal que les pese a quienes ello les suponga poner en cuarentena su chiringuito ideológico.
En Intur nos sobran los traductores y nos hacen falta más días para seguir conociendo gente diferente, pero igual.
La España de siempre, con su bronca, su txapela y sus jotas, su románico y la butifarra de la tierra del estrambótico Dalí; su fútbol y su arte, su danza y su mezquita de Granada, está en Intur.