“Hombre apercibido, medio combatido”, respondió don Quijote al hidalgo del Verde Gabán en el capítulo de la aventura de los leones. Pues lo de aquí más o menos, dicho sea amable y literariamente: acabado el segundo y último debate, los candidatos (los leones de la novela), todos estamos sobradamente apercibidos, aunque todavía falten dos días de campaña y la jornada de reflexión para introducir las papeletas en las urnas, operación ésta en la que sólo se trata de no hacer la competencia tontuna al diputadete que la armó parda al apretar el botón equivocado el otro día en el Congreso, candidato indiscutible a la medalla de oro del súper yolandismo guay.
Entrando en el debate, para mí tengo que Igea, Mañueco y Tudanca estuvieron más que correctos e incluso bien, cada cual en su papel y dentro de sus posibilidades, pero lo primero es antes que lo segundo, y lo primero es reconocer que no incurrieron en errores ni desentonaron. Mejor, mucho mejor, que en el primer debate, francamente insufrible, que invitó a votar al lucero del alba.
Fiel a sí mismo, Igea se autocitó con fruición, ponderó con razón a Verónica Casado y también a Carlota Amigo, respectivamente ex consejeras de Sanidad y Empleo e Industria, pero ni siquiera se refirió de pasada a la banda que campeó en Cultura, de la que se cuenta que ya habría encontrado acomodo en otro partido, impuro politiqueo.
En fin, indignado con Mañueco, a Igea se lo escabechó Tudanca al recordarle que esa indignación tan ardorosa nació en el momento del cese en la vicepresidencia, porque hasta ese preciso instante era el político más feliz del mundo. Ahora bien, ese escabechamiento carece de trascendencia, puesto que él mismo se borró tajantemente para facilitar en su caso la formación de gobierno al proclamar que de ninguna manera pactará con Podemos, partido del que Tudanca no podría prescindir, y al mismo tiempo vetar a Mañueco. ¿Qué opción de centro es esa? La utilidad de Ciudadanos se supone que consistía en que tendía puentes a derecha e izquierda: sin embargo, resulta que los dinamita a diestra y siniestra. ¿Pero es consciente ese hombre del peso real de cuanto va quedando de Ciudadanos? Y ya metidos en elucubraciones, ¿por qué es tan modesto y no veta también a Florentino Pérez como presidente del Real Madrid y a Jorge María Bergoglio de Papa? Pero qué cosas tienen los socios del club merengue, los cardenales católicos y hasta el Espíritu Santo, ¡no proponerle a él para ambos tronos!
Tudanca recurrió una y otra vez a la cantinela de los treinta y cinco años de régimen popular, pero Mañueco le rayó el disco al recordarle que, si el PP lleva tanto tiempo gobernando, eso será por algo. Y es que las elecciones no se ganan porque sí. El candidato socialista tiene encima la losa del sanchismo y además anuncia un rosario de subvenciones y gastos que mete miedo. ¿De dónde saldrían tamaños caudales? Aparte del maná europeo, que nos llegará con cuentagotas, solo se advierten dos opciones: más impuestos o una varita mágica, que sería la mejor, aunque yo creo que de tenerla la habría enseñado. Tudanca, por cierto, fue el único de los tres que mentó las posibilidades inmensas del castellano como recurso económico. En varios asuntos, él va por delante. Está ganándose muchos votos y yo no lo descartaría.
Por lo demás, ya dice el Evangelio que “los últimos serán los primeros”. Por eso he dejado para el final a Mañueco, a mi juicio el primero, o sea, el ganador del debate, seguro del proyecto que encabeza y convincente. Para mí que acertó de lleno al proponer un pacto sobre la Sanidad, sacándola del rifirrafe político, que atinó al tomar la iniciativa en la propuesta de diálogo a Tudanca, que dio en el clavo al anunciar medidas de verdad solidarias con nosotros mismos (por ejemplo, cien millones de euros para combatir la soledad de nuestros mayores), que hizo muy bien al denunciar la actitud del gobierno central (ejemplificada en la Ministra de Fomento, a quien lleva tiempo solicitando una entrevista y que si quieres arroz Catalina), que se puso en su sitio al cortar con energía la insinuación de pusilanimidad frente al machismo, como si esa causa no fuera común, y que le asiste todo el derecho del mundo a sentirse satisfecho de algunos éxitos que, pese a quien pese, son innegables. Impertérrito ante los ataques y solvente en las respuestas.
Estamos apercibidos, y también lo están Mañueco y Tudanca, cuya obligación es la de entenderse en sanidad, infraestructuras y despoblación. Obligación, digo, no hay otra.