Se supone siempre que las decisiones gubernamentales, sobre todo si van en contradicción con las anteriores, son para bien. ¿A quién beneficia, por consiguiente, la nueva actitud sobre el futuro del Sahara de Pedro Sánchez?
Por lo que se ve, no le beneficia ni a él mismo, ya que ha recibido críticas de todos los lados, incluso de sus compañeros de Gobierno, que se han puesto como panteras. Y no digamos nada de la oposición, que está para eso, para oponerse al que manda, Pero lo bueno del caso es que también ha concitado la crítica de sus habituales socios que, desde la investidura por la mínima, le han mantenido en el poder.
¿Quién está contento, pues, con la decisión del presidente del Gobierno? Menos que nadie, resulta obvio, aquellos saharauis que se identifican con el Frente Polisario y tampoco Argelia, país que los apoya y que ya ha mostrado su desacuerdo por vía diplomática, Y no olvidemos, por otra parte, que ese país es nuestro principal proveedor de gas y que tiene que negociar los nuevos precios para el trienio 2022-2024, con lo que no tenemos asegurado ese combustible y menos aún a un precio de amigo.
El argumento gubernamental para el cambio en la estrategia magrebí es que con la aceptación de las tesis de Marruecos sobre el Sahara hemos garantizado la integridad territorial de Ceuta y Melilla y de las aguas Canarias, como si esa garantía estuviese escrita en alguna parte. No hay, sin embargo, evidencia de tal acuerdo y sólo existe un comunicado marroquí explicitando la subordinación española a su anexión del territorio saharaui.
Para que tales beneficios se hubiesen producido, debería haber un comunicado conjunto, según los usos diplomáticos y el precedente con otros países, en el que Marruecos y España aludiesen al acuerdo en un contexto de control de la inmigración ilegal, de la cooperación antiterrorista y de la garantía explícita del reconocimiento de la integridad territorial española.
Como no existe tal pacto manifiesto, el único beneficiario hasta ahora es Mohamed VI, que consigue el reconocimiento de sus planes por parte de Pedro Sánchez, sin ninguna contrapartida visible. Ese hecho, más allá de la discutible cuestión de fondo sobre el futuro saharaui, es lo que explica la animadversión colectiva al giro copernicano de la diplomacia española sobre el Sahara.