Releo los Episodios Nacionales de Pérez Galdós y, en el correspondiente a Amadeo I, el protagonista hace la siguiente reflexión: “Todos los españoles adquirimos con el nacimiento el derecho a que el Estado nos mantenga”.
La frase, datada hace siglo y medio, es de permanente actualidad, pues vivimos en una sociedad en la que el mérito y el esfuerzo son despreciados y lo que priva es la asistencia de las instituciones públicas como alternativa al empuje personal. No hay más que ver las nuevas leyes docentes para comprobar que lo que se enseña es la molicie y que nada importa el aprobar o no para tener un título escolar.
Por eso, éste es un país de paniaguados, sin más cualidades que el amiguismo y el dejarse mecer por los arrullos del Estado, Así se explica la cantidad de asesores y demás personal colocado a dedo en la Administración, que va subiendo exponencialmente a medida que se suceden los Gobiernos de uno u otro signo y en los que cambian a todos los cargos públicos, los cuales se consideran como bicocas en vez de puestos que exigen un rigor técnico acreditado. Porque ya me dirán, por ejemplo, qué cualificaciones se exigen para ser director de Paradores Nacionales, aparte de vivir como un marajá.
El Estado, en lugar de disminuir los impuestos para que los ciudadanos puedan utilizar el dinero a su gusto, aumenta la presión fiscal para mantener así un hipertrofiado sistema de bienestar en el que decide qué subvenciones dar y qué actividades subsidiar. La prueba de ese elefantiásico Estado benefactor, en el que hay dinero para las ocupaciones más peregrinas, la ofrece el prescindible Ministerio de Igualdad, que gastará 20.000 millones en cuatro años.
No es que sobre dinero, sino que se dilapida el que no se tiene, lo mismo en remediar lógicamente inevitables catástrofes naturales que en fomentar el clientelismo con operaciones como el bono cultural joven de 400 euros.
En resumen: que seguimos creyendo que el Estado nos debe mantener, sin parar mientes en que todo tiene un coste y en que el déficit público se dispara y la deuda pública aumenta y que al final todo ello acabará recayendo sobre nuestras espaldas.