“Los tiempos que nos esperan no van a ser fáciles”, reconocía hoy Alfonso Fernández Mañueco en su discurso de investidura, seguramente en referencia los tiempos convulsos que golpean sin cuartel a la Humanidad en los últimos años, también Castilla y León. Pero a nadie se le escapa que, efectivamente, los años que tiene por delante el propio Mañueco y por extensión el Partido Popular no estarán exentos de complicados retos.
El aperitivo lo ha servido él mismo a la hora del vermú, con una alocución muy medida, pronunciada ante el escrutinio de Santiago Abascal, que desde la tribuna de invitados no ha querido perderse la puesta de largo del primer gobierno autonómico de España en el que Vox participa. Las palabras de Mañueco son fruto de un complejo algoritmo que combina, en un difícil equilibrio, la reafirmación identitaria del PP con las condiciones de Vox. Un discurso en el que se ha empapado de la terminología y retórica de Vox a cambio de su reválida como presidente de la Junta: la integridad de España (pero sin renunciar a Europa); una España más unida (pero con los beneficios del sistema de las autonomías); concordia y reconciliación, frente la “utilización de la historia para dividir a los españoles”; inmigración ordenada; la protección del español, igualdad entre hombres y mujeres (sin desatender a las víctimas de la “violencia intrafamiliar”), no adoctrinamiento en las aulas (“ni lo hay ni lo va a haber”)…
Vox quiere entrar en Castilla y León por la puerta grande, demostrando que es un partido útil, capaz de gobernar, y que su programa se cumple. Así pues, para los de Abascal cobra más sentido que nunca la afirmación de que “Castilla hizo a España”, y es en Castilla (y León) donde comienza su carrera hacia la Moncloa. El objetivo último no es el gobierno para los castellanos y leoneses, sino para los españoles. De ahí la dureza de las negociaciones en las que García-Gallardo no solo no ha cedido ni un ápice en las pretensiones iniciales, sino que las amplía, puesto que la figura del vicepresidente, aunque no tiene cartera, se dota de un halo competencial de ‘supervisor’ de decisiones estratégicas como el seguimiento del programa de gobierno y la planificación de la publicidad institucional, a pesar de estar en manos de la Presidencia. El mensaje es claro: cada voto de Vox habrá merecido la pena.
De ahí la presunción de que a lo largo de la legislatura será Vox quien marque el rumbo, que deberá ser ejemplar hasta las generales y municipales de 2023, donde se medirá su actualizada potencia frente a un PP renovado ya en manos de Feijóo. Entretanto, Alfonso Fernández Mañueco se jugará el ser o no ser del Partido Popular en Castilla y León como referente de la derecha, algo que no será posible si ambas formaciones se funden en un solo ser en el Gobierno de la Junta. Tanto Mañueco como García-Gallardo se verán obligados a subrayar sus diferencias en asuntos decisivos para la Comunidad, como ocurre en el gobierno de coalición de PSOE y Podemos. Y como a la postre ocurrió en el divorcio de Mañueco de Igea. Sin mayoría absoluta, no hay legislatura tranquila posible.
Porque cuando dos partidos se disputan el mismo espacio ideológico solo puede quedar uno. Eso lo sabe bien Ciudadanos. La cuestión es: ¿quién quiere ser el próximo Ciudadanos?