Hace apenas unos meses, la vicepresidenta Yolanda Díaz aspiraba a encabezar una nueva formación de carácter transversal que incluso podría, según ella, situarse por delante de los demás partidos políticos.
En aquella época bien reciente, la vicepresidente segunda navegaba a favor de las encuestas sin otro bagaje que una moderación en las formas, una sonrisa viniese o no a cuento y cierta cursilería en expresiones “chulísimas” poco acordes con el acervo habitual de los políticos.
Pero de entonces a acá, sin haber llegado a formular ni un esbozo de programa electoral más que el de “escuchar” a los ciudadanos —signifique lo que signifique tan pasiva expresión—Yolanda se va quedando sola. Incluso otras matriarcas que le dieron entusiástico apoyo, como Ada Colau o Mónica Oltra, están imputadas y viven sus horas de popularidad más bajas.
La soledad de la vicepresidenta comenzó con los desplantes de Pablo Iglesias, el entonces líder de Unidas Podemos quien la designó como sucesora electoral al frente de la formación. La transversalidad de que hacía gala Yolanda, chocaba frontalmente con el radicalismo inherente al grupo podemita y pronto se evidenció un antagonismo de difícil solución.
O sea, que Díaz se ha quedado prácticamente sola antes de empezar a andar. Pero, ¿quién está detrás de ella para que su opción siga adelante? Pues no es otro que Pedro Sánchez, a quien le interesa tener un grupo coherente y unido a su izquierda, para sumar escaños a su próxima coalición gubernamental mientras que así puede dedicarse a pescar votos en un caladero más centrista.
Ya me dirán si no es triste depender de que otro te haga el trabajo sucio cuando las líderes de tu propia formación, como Ione Belarra e Irene Montero, te ponen la proa y sólo aspiran a que vuelvas al redil para no estar sola en política, porque en la soledad hace un frío de miedo.