Cuando cada mañana abrimos nuestra existencia a la vida cotidiana, despejamos nuestra mente y nos enfrentamos a los acontecimientos diarios, solemos descubrir hechos, actitudes y personajes que despiertan en nosotros cierto interés. Hoy, nada más abrir las hojas de mi balcón, he constatado un hecho: “Narciso ha vuelto”. Y es que he percibido un asfixiante bombardeo de imágenes, noticias, crónicas en las que los líderes mundiales, presentes y ausentes, se miraban unos a otros, se saludaban en actitudes pavoneantes cuan gallos de pelea en una tregua pactada. En sus conversaciones, no desveladas, se percibían risueñas actitudes y pensamientos ocultos que darían más que hablar a la prensa del corazón que a los comentaristas políticos. Y es que no nos engañemos, detrás de ese artificioso protocolo se manifestaban pensamientos ocultos imposibles de verbalizar en público. Me imagino al señor Bidem recostado ya en su lecho marital, desposeído de zapatos, traje y corbata, compartiendo y desvelando sus pensamientos con su pareja entre sonados gestos de cansancio. Ya les aseguro que en ningún caso aparecerán los elogios de sus copartícipes del “ágape” en una “noche en el Prado”, más bien aflorarán todos esos comentarios imposibles de decir en público: ¿“Has visto a fulanito de tal…?”, le dirá Jill a Joe, enumerando un sinfín de “piropos” que destrozaría el ego a cualquiera.
Pero de entre todos esos “líderes” hay uno, el más guapo, más alto, el mejor, que no podrá reconciliar el sueño porque estará permanentemente mirándose al espejo en busca de la respuesta deseada: ¿Quién es el más guapo de entre los líderes mundiales? Más aún, lejos de encontrarse en el lecho con la realidad de su existencia, se verá alabado, elogiado, loado por aquella que comparte su vida y en ningún momento se atreverá de decirle la verdad, no vaya a ser que ella también pierda sus poderes. Se regodearán ambos en su belleza, simpatía, soberbia, máxime cuando en el traslado de esta estancia en el Prado a La Moncloa, una miríada de asesores pelotas les habrá ido adulando, halagando, encumbrando, felicitando, vitoreando, aplaudiendo, ovacionando, y hasta deificando al líder. No hay duda: “Narciso ha vuelto”.
He repasado las imágenes del “paseo por el Prado” y he visto que las Meninas de Velázquez y El Guernica de Picasso han sido, fundamentalmente, los fondos decorativos de las fotos de “familia” (como así se suele llamar a estos retratos – irónico apelativo-). Pero he echado en falta el retrato de alguno de estos mandatarios, por ejemplo de Pedro Sánchez, con alguna representación de Narciso. Pensándolo bien, sería imposible hacer coincidir dos realidades, se solaparían una a la otra y no sabríamos distinguir el uno del otro. Un hombre, joven, que se extasía ante sí mismo, que se refleja en el agua en la que bebe y se cautiva por el reflejo de la belleza que está viendo. Claro está que en el pecado está la penitencia y víctima de ese egocentrismo y su incapacidad para amar y reconocer al otro, rechaza todo lo que le rodea, incluso a la ninfa Eco, por lo que fue castigado a morir de amor hacia sí mismo como lo narra Ovidio en su libro III de Metamorfosis.
Eso es lo que he visto, un presidente que se ha estancado en el tiempo, viviendo al margen de lo que le rodea, porque lo único que le importa es él mismo. Narciso en estado puro.
Se ha endiosado en medio de tanto “poderío” porque, por fin, se ha sentido importante. Absorto en sus fantasías de éxito ilimitado, se ha considerado tan especial y único que ha ninguneado al Jefe del Estado y a todos los demás políticos porque, cuan dictador, la oposición le “estorba”. Ha requerido de sus terminales mediáticas incondicional admiración y ha manifestado un sentido exagerado de sus propios derechos haciendo ver que los líderes se han puesto a sus pies por su “cara bonita”. Como siempre, incluida su tesis doctoral, se aprovecha de los demás para alcanzar sus fines y no ha sabido dar las gracias a quien consiguió que esta cumbre se celebrara en España en el 2022. En el colmo de los desaciertos, cuan Narciso, muestra comportamientos arrogantes, altivos y prepotentes, y cree que los demás le tienen envidia por lo que se inventa enemigos de salón, paseantes de la “milla de Madrid” con puro en ristre, ocupados en intrigar contra su “excelsa” persona.
Pero los “otros” se han ido. Han vuelto cada uno a su país y Narciso se ha quedado solo y se debe enfrentar a los problemas de la gente. Ha sido bonito mientras duró, pero ahora toca hablar del paro, precios de la luz, el gas, los combustibles; de las colas del hambre que cada día son más y más largas. Por cierto, con tanta visita y tanto gasto se podrían haber pasado por alguna sede de Cáritas para ver que hay españoles que no lo están pasando tan bien como ellos.
Tendrá que recurrir a los que “le estorban” para poder aprobar los compromisos adquiridos estos días porque los que se sientan con él en el Consejo de Ministros han dicho que ellos no participan de lo que el gobierno acuerda.
Y esta es la realidad a la que debe hacer frente Narciso, pero esta sed inagotable de admiración y adulación lo incapacita para poder reflexionar tranquilamente y valorar serenamente la realidad. Vive más preocupado por su actuación, en cuanto al efecto teatral y reconocimiento externo de sus acciones, en el asalto al poder, que en la eficacia real y utilidad de sus medidas.
A pesar de todo seguirá reclamando la gratitud de los ciudadanos porque sin él las cosas serían peores. Es incapaz de pensar alguna vez en la posibilidad de que sin él las cosas podrían ir mejor.