Los partidos mayoritarios en el País Vasco han acordado la creación de una selección vasca en temas deportivos y culturales para competir internacionalmente, se supone que también contra la selección española.
Estamos ante un paso más de carácter intelectual hacia la independencia de esa región de España. Ya cuando hace dos años se iba a celebrar un partido de la selección nacional de fútbol en Bilbao, que luego se suspendió por la COVID, varios comentaristas deportivos se quejaron de que en la copa de Europa no hubiese una selección de Euskadi y apostillaron que la de España les daba lo mismo que la de Francia, Italia o Chequia.
Ya ven, mayor franqueza imposible. Se trata de que el Estado español sea al tan ajeno a Euskadi como el de Croacia. Aunque no es exactamente así, pues el país balcánico les resulta indiferente a los más exaltados mientras que su sentimiento ante España en ese caso es el de odio.
Por eso hay que vigilar esos acuerdos que se supone sólo sentimentales porque significan mucho más. Una selección de Euskalerría, que incluyese País Vasco, Navarra y sur de Francia, es un ejercicio de animadversión que no puede compararse con lo que sucede en Gran Bretaña, con tradición de selecciones que representan a ligas diferentes en fútbol, por ejemplo, y no conllevan por ello emociones negativas respecto a sus contendientes.
Algo similar puede decirse de la prohibición del castellano en los colegios catalanes. Una decisión semejante no se debe tampoco simplemente a razones sentimentales, sino que se basa en la misma odiosa actitud de todo lo que quiere erradicarse porque se abomina de ello.
Habrá, pues, que echar el freno a iniciativas de este tipo, que no sirven para unir, sino para separar, y que no se deben a simple sentimentalismo sino a rencor e inquina.