Estrella se ha hecho famosa en España por honrada. Y aunque ya nadie se acuerde de su nombre, ha sido famosa de micrófono y periódico al menos por un día, que eso siempre lo anima al invisible a volver a creer en sí mismo y en los demás.
El otro día en Sevilla se encontró un sobre con 490 euros por la calle y se fue a comisaría a devolverlo. Así que en un país que desayuna, merienda y cena corrupción todos los días, la honradez se volvió noticia. Y no nos damos cuenta.
Enseguida le preguntaron por qué devolvió ese dinero, como si tuviera sentido preguntarle a un niño por qué juega o a su padre por qué lo ama. Así que Estrella respondió lo único que puede responderse en estos casos: "Porque no es mío", dijo.
Estrella se ha convertido en una revolucionaria de lo obvio, como Tamara, que luce con dignidad sus cuernos en plena berrea, la del exnovio, mientras sacude la caspa de la posmodernidad reivindicando la fidelidad. Casi nada.
De sopetón vinieron dos mujeres, una pobre y otra rica, a explicarnos de forma sencilla lo que es la dignidad, al tiempo que Pedro Sánchez nos avanzaba el tráiler de su reality leyendo Le Monde. La vida vista desde dos lados opuestos que ni se miran. Las Cuatro Estaciones de Vivaldi sonando en el teatro Moncloa para señoritos perfumados mientras se pelan de frío los parias afuera.
Pero lo de Tamara se ha perdido ya en el metaverso rosa y nos interesa más lo de Estrella, que desempleada y con un hijo de cuatro años con discapacidad, devolvía un dinero porque no era suyo, mientras la ministra de las huchas, María Jesús Montero, anunciaba cómo meterle aún más la mano a la billetera del rico, por culpable. Porque si todos fuéramos pobres, no sería necesario hurgar en los bolsillos pudientes.
Quienes exigen así más generosidad por parte del bolsillo ajeno para ayudar a personas como Estrella, son los mismos que aprueban apartar un 3,5% de ese dinero solidarísimo para subirse el sueldo. Que el consenso al final era esto.
Ahora van a sacar un impuesto nuevo. Un impuesto de solidaridad, lo llaman. Como si la solidaridad pudiera ser obligatoria y no supiéramos que para eso existen las donaciones. Uno es solidario con el cuñado al que no aguanta, con el amigo que no llega a fin de mes y el día de la hucha del Domund. Uno es solidario con quien le da la gana, pero por voluntad propia. Pero ahora nos quieren obligar a ser solidarios.
El concepto de justicia y del deber cumplido de Estrella le llevaron además a pensar que aquel sobre podría pertenecer a alguien igual de pobre que ella. En efecto, supo luego que contenía la pensión de una anciana del barrio que acababa de sacar el dinero del banco. Pero podría haberle pertenecido a un señor con corbata, purasangres y caviar en la nevera. Sin embargo, Estrella no pensó en la justicia social, obrera ni de barricada, sino en la justicia a secas.
El bien y el mal representados en el ejemplo de una mujer pobre que entre llenar la despensa o hacer lo correcto, elige lo segundo como acto inseparable de lo que quiere ser.
Estrella ha conseguido finalmente un trabajo porque en España nos gusta más la solidaridad de la calle que la del Ministerio. Así que nos salió la patria vecinal que llevamos dentro y alguien le ha ofrecido ya un empleo en un ambulatorio de Sevilla. He leído por ahí que hasta quieren condecorarla con la Cruz al Mérito.
Y todo, porque no quiso apropiarse de lo ajeno.