No lo digo yo. Lo dice uno de los más grandes y mejores compositores e intérpretes de nuestra historia, Alejandro Sanz.
Y es que hace escasos días el segmento de la música, para el que trabajo desde hace casi 12 años, las orquestas y las fiestas populares, cerrábamos poco a poco una temporada frenética de trabajo.
Hoy, revisando fotografías y vídeos de mi teléfono, me he topado con recuerdos de, sin duda, el peor año de la historia para la Cultura, que han llevado a mi memoria hasta ese fatídico 2020, en el que el mundo se vio obligado a pulsar repentinamente el botón de ‘stop’.
Es innegociable -y más ahora que lo podemos ver con perspectiva- que la Cultura, en absolutamente todas sus vertientes, fue la mejor vacuna. La vacuna del alma.
Los artistas viven de aplausos, sonrisas, lágrimas… en definitiva, de emociones. Recuerdo como si fuera ayer, esos pequeños conciertos que pudimos desarrollar durante el verano de 2020 y 2021, en el que todas esas emociones se veían truncadas por varias barreras entre el público y el arte.
Aquella ‘distancia de seguridad’, que incluso llegó a lograr que un abrazo estuviera mal visto, o la dichosa mascarilla, que ocultaba cualquier sonrisa en el rostro de los espectadores. Factores que influyeron directamente en que, gran parte de la sociedad, no consumiera espectáculos culturales durante esos casi dos años.
Hoy día, el escenario es totalmente distinto y la ausencia de libertad, alegría y festividad, sin duda alguna, el público nos la ha devuelto con creces días tras día. Un público fiel y comprometido que nos ha demostrado que está en las buenas y en las malas. Y en las buenas, nos ha dejado ser de nuevo los protagonistas de sus noches de celebración, familia, amigos e historias de verano que escribir en el recuerdo.
Dicen que de esta crisis sanitaria no hemos aprendido nada. Yo no estoy de acuerdo. Considero firmemente que, entre otras muchas cosas, hemos aprendido algo muy importante: a vivir y a valorar nuestros días.
Mentiría si digo que antes de toda esa vorágine, que ya dejamos en el pasado, no valoraba pisar cada día un escenario. Mentiría por la puerta grande. Pero como todo, cuando rozas con la yema de los dedos perderlo, comienzas a valorarlo mucho más.
Entre tanto, me gusta pensar que la sociedad en este aspecto es ferviente a esas palabras de Alejandro Sanz, cuando dice que “pasarán los tiempos, que se irán los momentos, los imperios, las guerras, los besos pero que donde miréis, quedarán los versos y los porqués ya que pase lo que pase: la música no se toca”.
Protejamos y demos siempre la mano a la Cultura, como lo hacemos con ese pequeño que da sus primeros pedaleos sobre las dos ruedas, porque la fragilidad de su equilibrio es similar a la de un artista que no puede expresarse. Larga vida a la Cultura.