Resulta difícil desligarse de la actualidad para escribir una columna, echarle poesía a un mundo sin poesía, mucho más pobre porque Antonio Gala ya no está entre nosotros. A veces lo hago como un ejercicio de salud mental y esta ventana es un pretexto para escapar, para hablar de las cosas que no se hablan, que no se dicen. Para recordar y recordarme que no todo es política, poder, dinero, prisas, tanta urgencia. Que tenía razón el Principito cuando le dijo al mundo que lo esencial es invisible a los ojos.
Pero la actualidad se impone, el bombardeo mediático es el pan nuestro de cada día; es la era de la información. Vivimos tiempo de tormentas y aguaceros en año de sequía. Como la vida, como nosotros mismos, a veces sin medida, pura contradicción, este mayo loco que se muere tiene latido de calentones y borrascas, mañanas frías, tardes de bochorno, rayos que dinamitan el cielo desde sus entrañas. De los suelos agrietados a las inundaciones, del surco reseco al granizo, de la sed a la tromba. Lluvia bendita también para los campos que anuncian cosechas mermadas.
De la izquierda a la derecha, tormenta de titulares, análisis, predicciones. Tormentón, terremoto con epicentro en Moncloa, tsunami en despachos y redacciones mientras los zamoranos íbamos de romería con el agua en la nuca. En el pueblo de La Hiniesta, apenas a nueve kilómetros de Zamora, la falta de cobertura (sí, a sólo nueve kilómetros de la capital hay que callejear, subir pequeñas lomas para conectarse con el mundo), aislaba, protegía a los romeros de esa tormenta de actualidad, reacciones, idas y venidas de unos y otro; de la tormenta de mayo y el chaparrón no nos libró ni la Virgen.
Elecciones anticipadas, anticipándose a la tormenta interna, un ciclón, un centrifugado, pasando por alto la autocrítica, qué se ha hecho mal, desoyendo, no queriendo ver las pequeñas nubes que tronaban y tronábamos de lejos. Tanto hartazgo. Tantas voces libres, moderadas, sensatas, sin ataduras ni servidumbres que no comulgamos con los extremos, con los pactos podemitas y sus leyes anodinas, con el feminismo prostituido y violento, antihombrismo; el pensamiento único disfrazado de progresismo, tantas y tantas cosas llevadas al delirio. Lo fácil es decir que la crítica es cosa de la extrema derecha, si todo aquel que no comulga con sus ruedas de molino es un fascista. Ay, con qué ligereza.
El bochorno nacional, la tormenta perfecta. Ese rayo que no cesa que ha herido a los miles de hombres y mujeres buenos que han dado el paso a la sombra de una rosa roja encendida en su ombligo, pensando en una vida mejor para sus pueblos y ciudades y se han encontrado con que lo general ha eclipsado lo municipal, que la izquierda radical de nazionalistas, bildus, feminazis, ellas, ellos, elles al timón han arrasado como un tifón, desbordado la calma chicha, el silencio manso de la calle, a veces tan complaciente.
Tormentas nuevas vendrán; son apenas unos días, pero queda un mundo para el 23 de julio y todos ya han puesto en marcha sus maquinarias al máximo nivel. Volvemos a empezar, si es que alguna vez terminamos. Si por tormentas es, no se fíen ni de la Aemet.