Llevo unos días “asomándome al balcón” para transitar entre sentimientos de hombres y mujeres que pueblan nuestras calles, y me resulta francamente difícil encontrar un hecho destacable que llame especialmente mi atención. La culpa de esta dispersión puede achacarse al bullicio de unas calles oliendo a vacaciones, el calor asfixiante, momentos de relajación en playas y piscinas e, incluso, el ruido de unas elecciones inminentes que ocupan todo el mundo de la información y los comentarios de café.
En la calle se escuchan lemas de campaña, exabruptos de candidatos, frases virales que expresan descontento, pero hay uno que destaca por encima de todos: ¡a quién se le ocurre convocar elecciones generales un 23 de Julio, en pleno verano!
Es cierto, ¡menuda ocurrencia! Por eso todos hemos estado fritos por si nos llamaban para mesa electoral descolocando todo proyecto vacacional, o si, decidida nuestra ausencia del domicilio habitual, nos llega a tiempo el voto por correo al que hemos recurrido para no perder los pocos días de descanso en familia. Un despropósito. Aquí nadie ha pensado en el ciudadano. ¡Mira que hay días al año para hacer unas elecciones! Pues no, en pleno verano. Luego nos vienen mintiendo, una vez más, diciendo que lo hacer mirando por el ciudadano, por el bien común… ¡mentira!
Y en este fluir (menos mal que todo pasa y nada permanece) hemos sufrido un debate electoral a dos, otro a cuatro menos uno más el moderador, la boda de Tamara Falcó que batió récords de ventas de las revistas del corazón, la inquietud por la llegada del voto por correo, el bombardeo de encuestas electorales e intenciones del voto, verdades a medias de candidatos y mal intencionadas afirmaciones de otros con el fin de hacer daño. Desplantes de nuestro “jefe” en Europa y besos cautivos y vergonzantes a narcodictadoras. Hemos oído hablar al amigo de todos estos del infinito, dando una “acertada y sesuda” definición: “El infinito es el infinito” (lo peor es que le aplaudieron). E, incluso, pavonearse de lo agradable e interesante que es ganar unas elecciones “por sorpresa”. Todo vale, menos el respeto a los ciudadanos y a los muertos de aquella “sorpresa”.
Y es aquí cuando asalta a mi mente la verdadera noticia de estos días y la que me hace reflexionar sobre ello: CUÁNTA PACIENCIA TIENEN LOS CIUDADANOS. He comprobado que cuando no hay un líder, unas ideas preconcebidas, una ideología movilizadora con intereses perfectamente marcados, los ciudadanos lo aguantamos todo. Somos, pacientes, obedientes, un tanto sumisos, y, sobre todo, cumplidores de nuestras obligaciones. Callamos dócilmente, aunque por dentro estemos con la rabia a flor de piel. Probablemente la característica y actitud que mejor defina al ciudadano en estas circunstancias es la RESPONSABILIDAD (espero que no sea la estulticia).
Me he puesto a pensar qué significa “ser responsable”. He coincidido con múltiples apreciaciones que indican que es una cualidad de aquellas personas capaces de cumplir puntualmente con sus obligaciones, que saben tomar decisiones correctas y responder de sus actos, que son conscientes del mundo que le rodea y tiene claros sus objetivos.
En todas las apreciaciones sobre qué es la responsabilidad, suelen aparecer una serie de características que hacen de esta cualidad una posible virtud. Claro está que deben coordinarse una serie de comportamientos. El sujeto responsable debe saber medir, identificar, reconocer, aceptar y asumir las consecuencias de determinadas decisiones y responder de las mismas ante quien corresponda en cada momento. Para ello es necesario tener conciencia, razón o conocimiento de lo que se hace, libertad para hacerlo y humildad para reconocerlo.
Volviendo a lo que estamos viviendo en estas “menudas semanitas” que llevamos y la respuesta que estamos dando, tengo perfectamente claro de qué lado está la responsabilidad: sin duda de parte del ciudadano. Espero que no tenga que cambiar de apreciación e inclinemos la balanza al lado de la estulticia, necedad o estupidez al no ser conscientes ni libres en las decisiones que vayamos a tomar. Porque las consecuencias, consientes o inconscientemente, las vamos a “padecer o sufrir” todos.