Desde hace meses, quizás años, vengo observando cómo el odio se ha instaurado en nuestra sociedad de una manera sibilina y perniciosa. Los avances en tecnología, sobre todo en redes sociales, han facilitado que nuestra exposición personal sea mayor y eso ha traído consecuencias.
Al principio solo nos dimos cuenta de que algunas personas, famosas o con altos cargos, manifestaban su disconformidad por tener que lidiar en su día a día con mensajes de odio, desprecio o desaprobación. Y en muchos casos pensábamos que era parte de su trabajo, incluso normalizamos ese tipo de comportamiento y allí es donde apareció el término hater, según la RAE odiador.
Poco a poco esto se ha ido trasladando a todos los rincones de nuestra sociedad. Ahora cualquiera está expuesto a una crítica destructiva por subir una foto en un viaje, por presentar un proyecto, cambiar de trabajo o recibir un premio. Se abrió la veda y escondidos en el anonimato y respaldados en una falsa libertad de expresión cualquiera puede opinar sin reparar en los posibles efectos secundarios que puedan dejar sus palabras.
Nadie está preparado para recibir críticas tan hirientes, podemos ser resilientes, pero todos estos comentarios perniciosos y malignos dejan un poso en el corazón difícil de eliminar. Es como clavar una punta en una puerta de madera, puedes quitarla, pero el agujero queda.
Pero volvamos al 'odiador', ¿por qué hace eso? ¿Cuál es el motivo o impulso que le lleva a actuar así? Normalmente, la respuesta es fácil, no es feliz. Y el hecho de hacer daño a otra persona le proporciona una satisfacción instantánea y pasajera, por eso tiene que continuar intentando expulsar el veneno que lleva dentro. El problema es que eso no ocurre, el odiador nunca está conforme ya que su vida le resulta deprimente, frustrante o no consigue olvidarse del resto del mundo y centrarse en sí mismo.
La persona odiada recibe este mensaje cuando publica un momento bonito de su vida y al recibir esos comentarios, la pena recorre su interior, que se transforma en muchos casos en miedos e inseguridades capaces de paralizarle e incluso cambiar su día a día por el temor a esa crítica barata y fácil.
Cuando leas una noticia, abras tus redes sociales o pongas la televisión, primero trata de empatizar con la otra persona, piensa cómo reaccionarias si fueses ella, cómo te sentaría una crítica y sobre todo si es o no necesaria. ¿Te ha pedido alguien una opinión al respecto? Si no es así plantéate por qué mandas ese mensaje tan destructivo, cómo es tu vida, si eres o no feliz y qué podrías hacer para mejorar la tuya dejando en paz al prójimo.
Siempre digo que la vida son dos días y uno llueve, pero hoy quiero gritarlo con ganas y fuerza. Céntrate en buscar tus propias alegrías y no las busques en el mal ajeno, allí no están. Canta, baila, ríe, llora de felicidad, exprime tu día como si fuese el último, disfruta de los pequeños momentos y no malgastes tu talento en criticar por criticar.