Desde hace tiempo la IA (inteligencia artificial), forma parte de nuestras vidas. Está integrada en los smartphones, asistentes virtuales, GPS, en la domótica de los hogares…hasta el momento todo había sucedido de una forma bastante gradual.
Pero la aparición del famoso CHAT GPT ha sido una revolución, sobre todo, a nivel escolar. Esta aplicación de IA está especializada en el diálogo. Es decir, que mantiene una conversación contigo. Tú le pides lo que necesitas y la aplicación te lo facilita.
Si, por ejemplo, necesitas un trabajo de 10 folios sobre la Segunda Guerra Mundial escrito desde el punto de vista de un superviviente de un campo de concentración nazi, lo tienes en cuestión de segundos. Lo mejor de todo es que es prácticamente indetectable, es decir, el profesor no sabrá nunca si esas palabras son tuyas o no. Es verdad que existen algunas herramientas para comprobar si el texto está escrito por un humano o por una IA, facilitadas por los mismos creadores de la famosa aplicación, pero su garantía de éxito no es muy fiable.
Hasta ahora los docentes tenían ciertos mecanismos para detectar posibles plagios pero con CHAT GPT las cosas han cambiado.
Está claro que si los docentes no cambian la forma de evaluar están expuestos a ser “engañados” por los alumnos que utilicen herramientas como esta, que proliferan de forma continua. Este fraude obviamente es mutuo, ya que el alumno entrega su tarea sin saber absolutamente nada del tema en cuestión, con lo cual el aprendizaje es nulo.
Es aquí donde se plantea la moralidad del uso de la aplicación. Y no solo en el ámbito escolar, sino en cualquier otro ámbito. ¿Quién nos asegura ahora si el libro que leemos, la canción que escuchamos, el poema que recitamos o incluso este mismo artículo no lo ha redactado una máquina? Y si es así, si nos gusta ¿qué hacemos?, ¿lo aprobamos o lo rechazamos?
Desde luego el debate está abierto y hay opiniones de todo tipo. También está claro que la evolución tecnológica no se puede parar y que este tipo de programas existen y seguirán existiendo. ¿Entonces qué debemos hacer al respecto?
Claramente la aleatoriedad, perplejidad o incluso el caos que genera un ser humano escribiendo cualquier texto no lo puede suplantar una máquina. Porque precisamente ese efecto caótico es lo que lo “humaniza y le da valor”.
Nunca un libro escrito por una máquina podrá removerte las entrañas al leerlo, hacer que no puedas dejarlo durante horas o conseguir que se te erice la piel o salten las lágrimas. Ese efecto es único, tan único como lo somos cada uno de los hombres y mujeres que poblamos la tierra. Y tan especial que por muchas inteligencias artificiales que existan o se creen el toque humano solo hay una manera de obtenerlo y es con una persona de carne y hueso detrás de la máquina de escribir, ordenador o libreta.
No perdamos la humanidad señoras y señores, porque eso es lo que nos hace ser distintos, especiales y disfrutar las pequeñas cosas del día a día.