He aprendido a veros con los ojos cerrados, a soñaros para arañar unos minutos con vosotros, una caricia, un beso, una sonrisa, el perfume de vuestra ropa, de vuestra piel. Queridos muertos vivos, santos sin altares ni milagros. Amigos, abuelos, tíos, primos, amor mío que tan pronto regresaste a la luz. Os rezo, os hablo, te siento a mi lado en el coche mientras conduzco. Ángeles de la guarda sin alas que me vigilais las espaldas así en el cielo como en la tierra, este infierno en el que todos morimos en cada guerra, en el que hay que guardarse de los vivos.

Muertos míos, santos míos que me ayudais en esta travesía que es la vida, este espacio entre el reloj y el infinito, este precipicio entre no ser y la eternidad, entre la carne y el alma; esta herida, este hueco, este espacio entre el dolor y la esperanza. Tanto amor.

Muertos vivos que un día fuisteis vida,  alegría, abrazo, claridad en mis horas oscuras, compañía en mis soledades.  Memoria, flores vivas en el jardín de la muerte, rosas blancas, estrellas encendidas en lo alto que encendéis mis labios con vuestros nombres, canciones dormidas en mi garganta, brindis, acción de gracias, voces antiguas en mi voz, agua viva en mis lágrimas vivas, esta sed que no se apaga.

Os espero, os convoco cada noviembre, cada día, con el vino en la copa, con la puerta y los cinco sentidos abiertos, como os espero, como os escribo ahora, mientras la lluvia cae sobre Zamora, sobre vuestras tumbas, hojarasca, otoño, piedra, donde nada hay, sólo materia, sólo polvo, tierra vuelta a la tierra, el cuerpo y la sangre de tantos cristos de andar por casa, mi propia sangre.

Muertos vivos que vivís en mi corazón, aquí, donde late todo lo que soy, donde sólo habita lo que se ama, que nunca muere, si sólo el amor nos sobrevive, nos trasciende. Carne, hueso y espíritu, tantas palabras, tantos silencios, tantas cosas disfrutadas, apuradas como el penúltimo sorbo y otras tantas que quedarán para siempre sin hacer. 

Muertos vivos, santos cotidianos que me habláis en el aire, en lo vivido, en lo aprendido, que me tendéis la mano en lo invisible, que dejásteis huella en el mundo para que pudiera continuar este camino que recorro ahora sola mientras me impulsais a cada paso. Por todo lo que os dejó a deber la vida, muertos vivos en los que creo.

Muertos vivos que no hacéis sangre mientras vivo rodeada de muertos muertos que hieren, que no saben, no se atreven siquiera a vivir. Muertos muertos que dejan pasar las páginas en blanco de las horas sin empaparse de amor, de miedo, de vértigo, de emociones, de todo lo que nos hace humanos, vivos, divinos.

Mientras, en este día de Difuntos, cielos grises y vendaval, pienso en lo que daría si el viento aprendiese a abrazarme una sola vez como tú me abrazabas, mi vida viva.