“Nunca dejes que te vean hacer dos cosas: leyes y salchichas”: un clásico dicho de la política, empleado en la popular serie “El ala oeste de la Casa Blanca”. En concreto, la frase se emplea en un capítulo que lleva por título “A falta de 5 votos”. Les suena, ¿no? Parece que Aaron Sorkin estaba prediciendo acontecimientos que nos resultarían bien cercanos; y la cita en cuestión alude a esos salchicheros y políticos sin escrúpulos que, de moverse en la sombra, embutirían en la tripa cualquier tipo de carnes, grasas, condimentos y engañifas.

En “El ala oeste de la Moncloa” también hemos visto cómo se hacen ciertas leyes… mientras se deshace el más mínimo decoro institucional. Pasó con la reforma del Código Penal (reforma oportunista y ad hoc, para hacer desaparecer el delito de sedición y abaratar el delito de malversación de caudales públicos); pasó con los indultos a Junqueras y compañía; y ha vuelto a pasar con esa amnistía que acaba de registrarse para emprender su tramitación parlamentaria.

En el capítulo de la serie estadounidense faltaban 5 votos para llevar a cabo el apaño legal sobre el que gira la trama. En “El ala oeste de la Moncloa”, a Sánchez le faltaban los famosos 7 votos de Puigdemont, claro, y también el resto de votos en que se asienta su mayoría. Los 179 escaños con que será investido (PSOE, Sumar, ERC, Junts, EH Bildu, PNV, BNG y CC) Sánchez los ha ido tejiendo a golpe de escorzo, malabarismo y “cambio de opinión”.

Las interpretaciones biempensantes dirían que así es el ejercicio parlamentario, con sus acuerdos y transacciones. En el caso que nos ocupa, lo siento, esa lectura es política-ficción y perversa ingenuidad. El desencaje de bolillos ha tenido, y seguirá teniendo a lo largo de toda la legislatura, un alto precio. Un alto precio no sólo en términos económicos, que también, sino además en términos cívicos y constitucionales. Las contraprestaciones se han pagado con el talonario de todos. Y por mucho que se esfuerce el argumentario gubernamental (y sus correspondientes coros y danzas), es imposible hacer creer que el interés general ha estado por delante de un interés particular y ombliguista.

La claque de Sánchez insistirá en sus matracas (la amnistía como apuesta por la concordia, la convivencia, el encuentro…). Ni siquiera el propio Sánchez se cree tales motivaciones. No sólo porque entonces habría enarbolado ese discurso antes del 23 de julio y habría llevado la amnistía en el programa electoral. En su discurso de investidura, cuando alude a la amnistía, vuelve a refugiarse en “las circunstancias” que justifican “hacer de la necesidad virtud”. En consecuencia, la amnistía es un condicionante que le posibilita gobernar, y por tanto la amnistía es imprescindible para construir ese “muro” que él desea levantar frente a la mitad de la ciudadanía. En ese “muro” cree que está lo necesario. En ese “muro” considera que está lo virtuoso. Su frentista discurso ni siquiera ha disimulado. Ni siquiera ha contemplado algo muy habitual en estos formatos de investidura: en ningún momento ha expresado su deseo de querer gobernar para todos, de querer ser el presidente de todos los españoles.

Así que, llegados a este punto, nos encontramos con unos acuerdos que son enormemente costosos (de coste) y castosos (de casta):

• por la falsificación histórica que el PSOE ha asumido (su firma avala un relato independentista que difiere de los hechos: para ser un partido que decía preocuparse por la desinformación y las fake news… no está mal);

• por los flagrantes deterioros para el Estado democrático de Derecho (desde el pisoteo de la separación de poderes, hasta el menosprecio hacia el principio de legalidad);

• por la deplorable imagen que estamos proyectando (se negocia en Bruselas con un huido de la justicia, para mayor escarnio, bajo la foto que homenajea el golpe de Estado de 2017; o se aceptan “verificadores internacionales”, corroborando así, para alborozo del independentismo, que España no cumple los más básicos estándares democráticos);

• por los destrozos en términos de igualdad y cohesión (las interesadas condonaciones de deuda, las concesiones al independentismo en la redistribución fiscal… lo firmado es la antítesis de preocuparse por la ciudadanía más desfavorecida y con menor poder adquisitivo: todo ello, impulsado por un partido que dice ser socialdemócrata); y

• porque no hay mejor ejemplificación de la “casta” que brindar impunidad a quienes van a darte el apoyo para ser presidente (el papelón también alcanza, por supuesto, a esas siglas que llegaron a la política abanderando el combate contra “la casta”, que dijeron salir del 15M… y respaldan con fervor ese engendro que supone la amnistía al procés: se dice despacio).

Aunque podrían enumerarse muchos más argumentos, no nos extendamos. Las salchichas ya están en la mesa. Están embutidas de polarización, fractura y sesgo. Con tales ingredientes, la indigestión es segura: la vamos a sufrir todos… y no hay almax para tanta quiebra.