La observación del mundo que nos rodea y la reflexión sobre los acontecimientos percibidos son un sano ejercicio mental que nos proporciona madurez intelectual y nos mantiene siempre despiertos ante los sobresaltos de la vida.  Esta reflexión, que sin duda comparten muchos ciudadanos, se hace más viral en estos momentos, cuando los sobresaltos se dan cada vez con más asiduidad y más intensidad.

Los acontecimientos vividos estos días en el Congreso de los Diputados con motivo de la investidura del presidente del Gobierno, y todas las noticias de los días precedentes, me han hecho llegar a una dolorosa conclusión que expreso con una petición: necesito “un lazo negro para mi bandera, para España y para la Constitución”.  

Aunque en la actualidad, dar las razones intelectuales, jurídicas o, simplemente, personales del porqué se piensa o se actúa de una manera y no de otra no entra dentro de los parámetros de algunos políticos, personalmente me parece que, no solo es una necesidad ineludible de una persona con una mínima madurez, sino que es una obligación de todo aquel que sea moral, o que no sea un inmoral. Si las dictaduras se caracterizan por algo es por la ausencia de las mínimas explicaciones razonables.

El espectáculo político de estos días y de los precedentes me ha recordado a aquella genial película de Luis García Berlanga, 'Bienvenido, Míster Marshall', en la que el genial Pepe Isbert, en el papel del alcalde, daba cumplidas explicaciones de su gestión: “Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esta explicación que os debo, os la voy a dar….” Y así sucesivamente, todo ello interrumpido por el vulgar aprovechado (hoy le llamaríamos ministro, portavoz o colega de partido) que, dirigiéndose al pueblo, les convence de la inutilidad de la explicación, eso sí llamándoles inteligentes, despejados, nobles y bravos. Con un relato engañoso mantiene al pueblo mudo, alienado y capitidisminuido. Todo un espectáculo de los años 50 que se hace realidad hoy.

Efectivamente, he visto reírse despreciativamente a un presidente en la sede de la soberanía popular, dividir a su país en dos mitades: los buenos y los malos, enfrentándolos peligrosamente.  Que blanquea encapuchados, que limpia delincuentes, que les vende su país por 7 miserables votos. He visto despreciar voluntades, manipular realidades, mentir indecentemente. Apropiarse de leyes, de instituciones y cargos. Hacerlos suyos a su “imagen y semejanza” para prostituir sus decisiones. Nada escapa a su manipulación. Ha despreciado a presidentes de Comunidades, simplemente por no ser “de los suyos”, de los que hacen lo que él dice, de los que le siguen borreguilmente.

El futuro de España se ha pergeñado en Bruselas, Ginebra o Waterloo, me da lo mismo, en el extranjero, como si España fuera una colonia de unos delincuentes. La piratería se ha hecho presencia en las negociaciones.  Y para colmo, se atreve a prometer la Constitución, a cumplirla y a hacerla cumplir, y con lealtad al Rey. ¡Cómo puede haber tanta desfachatez! Con una mano promete su cumplimiento y con otra se ríe de ella, la pisotea y la fuerza para prostituirla. Cuan proxeneta se sirve de ella para sobrevivir. Y todo esto apelando a la libertad, ¿qué libertad? ¿La suya o la de los demás?

Por todo ello estoy de luto. Esas son mis razones para respetarla, mis explicaciones de mi estado de ánimo personal y no me queda más remedio que, junto con muchos españoles, pedir un lazo negro para la bandera, para España y para la Constitución, que es lo mismo que expresar mi duelo por la democracia.