Ahora que las redes trasladan la realidad a lo virtual, este metaverso sin versos y sin metas; ahora que las amistades se miden en corazones de cristal líquido sin latidos y el ego es proporcional al número de "likes" en las publicaciones, pienso que sería genial tener esa facilidad, ese don, apenas un click, para borrar de nuestra vida los dolores de muelas e incordios varios que acumulamos por el camino. Que sería maravilloso empezar cada día casi desde cero, aunque es imposible el aprendizaje sin heridas, sin cicatrices.
Ahora que el nuevo ministro Óscar Puente se desgasta los dedos bloqueando en twitter a diestro y siniestro -supongo que más diestros, aunque siniestros los haya en todos los lados-; ahora que es tiempo de hacer balances y echar la vista atrás, puedo entender la satisfacción del "unblock" para aniquilar virtualmente al que no suma, para sentirte como un rey en tu muro, en tu casa, aunque sea políticamente incorrecto.
Existe un algo de justicia poética, de vengador justiciero, en cada bloqueo, cuando con apenas un click le niegas puertas a viejas del visillo, cordiales enemigos y amigos que nunca fueron frente a un mundo hipócrita en el que se imponen las formas disfrazadas de tolerancia y el buenrollismo, que alcanza sus cotas máximas en Navidad, cuando la exaltación de la amistad y los buenos deseos es proporcional al número de copas, el brindis, esa alegría efímera, carbónica y gasificada que repetimos año tras año como un mantra cuando llega diciembre. Abrazos de Judas, besos, cariños que duran no más que un par de manos de baraja, treinta monedas virtuales.
Un click, apenas un click, para borrar rastro y comunicación, para eliminar a personas, apenas nombres, otorga un plus de poder, como los mandos de la tele al mediodía, cuando convierten al portador en un emperador de camilla, un sultán de sofá y sobremesa, canal tras canal, decreto tras decreto, zapeando como si no hubiese un mañana, imponiéndose. Mi muro sin ladrillos, mi casa sin techo. Mi tele. Mi vida.
Un click, apenas un click, para borrar las huellas, las palabras, para barrer la casa de incordiones, traidores, tocahuevos y otras especies que campan por los mundos de Matrix y sobre la tierra que pisamos, aunque en el mundo real mandan corazón y memoria, lo sentido, que no saben de botones mágicos para desaparecer sin dejar rastro, que requieren un tiempo de olvido antes del destierro definitivo, tomar aire y ensanchar los pulmones, la mirada. También a eso se le llama crecer.
En un año de aprendizaje duro en lo personal, quién sí, quién no, existe algo de justicia poética en el "unblock" a quienes traicionaron la lealtad, tantas cosas; en un mundo tan boca abajo, tan irreal, donde los desconocidos se llaman amigos y a los amigos no los conoce ni la madre que los parió, existe también algo liberador al soltar lastre, extender las alas y volar por uno mismo, sin rémoras ni remordimiento.
Ojalá fuese tan fácil el "unblock" en la tierra que pisamos, donde las huellas nos llevan a lo vivido y desazón es la memoria hasta que llega la indiferencia, el olvido, esta paz. Que levante la mano el que sepa dónde está el botón.