Bienvenidos al gran debate de la década, que digo de la década, ¡del siglo o del milenio! ¿Deberes sí o deberes no?
Febrero de 2024, un día cualquiera en la vida de un niño de primaria o secundaria de cualquier centro escolar de nuestro país. El joven se levanta y va a su centro escolar donde recibe entre 5 y 6 clases diarias de diferentes materias. Con sus profesores correspondientes tienen que estudiar matemáticas, ciencias naturales, lengua e inglés entre otras muchas.
El alumno debe estar al 200% en todas y cada una de las materias, atender al profesor, entender los conceptos y trabajar en el aula los ejercicios propuestos.
Con media hora de recreo entre clases, con mucha fortuna este niño llegará a su casa a las 15.00 para comer. ¿Qué pasa después de la comida? Si tiene suerte y sus padres son comprensivos, le dejaran descansar un rato antes de que empiece su turno de tarde.
Sí, ese donde tiene que combinar sus actividades extraescolares, algunas impuestas y otras elegidas voluntariamente por el puberto, con el estudio y la realización de las tareas que han mandado los docentes para reforzar sus explicaciones: Los famosos, temidos y odiados deberes.
Yo muchas veces me pregunto: ¿cómo no se rebelan y hacen una macro manifestación donde salgan a la calle con pancartas? ¡Abajo los deberes¡ ¡queremos poder ser niños y jugar¡ ¿nosotros, cuándo descansamos?
Estos cometidos son tediosos y ocupan mucho tiempo. Muchas veces los docentes no valoramos que existen muchas más asignaturas y solo nos centramos en la nuestra. No cabe duda de que se hace con la mejor intención, pero sin pensar en el día a día de nuestros alumnos ni empatizar con ellos.
Muchos días llegan las once o las doce de la noche y nuestro alumno sigue trabajando, haciendo esquemas, diagramas, ejercicios, mapas mentales, resúmenes… Para así poder llegar al día siguiente con todo hecho, pero muy cansados.
Ese cansancio pasa factura, porque ya no asimilan igual los conceptos, están distraídos o dan guerra en clase. ¿Cuál es el motivo? Es obvio. Necesitan descansar, jugar, abstraerse, divertirse y desconectar como cualquier ser humano.
Los adultos llegamos a casa después de nuestra jornada laboral y no queremos saber nada del trabajo. Queremos desconectar y realizar otras actividades que podamos elegir nosotros, que nos resulten divertidas o enriquecedoras pero que, sobre todo, las hayamos elegido libremente. Sin ningún tipo de imposición.
Lo mismo pasa en los periodos vacacionales. ¿Qué adulto se lleva el trabajo a la playa, montaña, a la piscina o a un viaje a New York? Desde luego, libremente, ninguno.
Entonces, ¿por qué nuestros alumnos tienen que pasarse horas de su tiempo libre realizando tareas en estos periodos? ¿es parte de su labor? ¿es su trabajo? Claramente no todo es blanco o negro, y la realización de pequeñas tareas, puede ser útil para algunos alumnos en casos puntuales.
Pero me niego a pensar que debe ser algo general y que el alumnado que ha aprobado sus exámenes y ha realizado un buen curso o una buena evaluación deba continuar haciendo ejercicios en vacaciones. Hay muchas otras cosas donde puede aprender, disciplinas a las que puede acercarse por curiosidad o interés.
Pensemos tanto los docentes como los padres que estos niños tienen derecho al descanso, igual que nosotros mismos.
Por ello, en nuestro día a día, docentes del mundo, recordad estas palabras: Los niños también necesitan “desconexión laboral”, no son máquinas. No por muchos deberes van a saber más. Posiblemente aprendan menos y le cojan manía a la materia.
Dejemos que también disfruten de la vida, porque esta pasa cual coche de carreras sin frenos.