Acaba de hacerse pública la noticia de que la Tauromaquia queda excluida de los premios a las Bellas Artes que concede el Ministerio de Cultura. Naturalmente, la decisión la ha asumido su ministro, Ernest Urtasun, declarado antitaurino.
Recordar que, en un muy reciente pregón del Bolsín Taurino Mirobrigense, se dijo: “En Ciudad Rodrigo, en España, somos muchos los que amamos, nos identificamos y, por tanto, defendemos la fiesta de los toros. Seamos felices, disfrutándola en libertad”, y que refleja, a mi juicio, un sentir general.
Sin embargo, parece ser que el Sr. Ministro hace oídos sordos a esta y otras muchas afirmaciones en defensa de la fiesta, como por ejemplo la de Gonzalo Santonja, Consejero de Cultura de Castilla y León y catedrático de la Universidad Complutense que, pocos años antes, concretamente en 2018 y en idéntico pregón, dijo: “pongamos las cosas en su sitio, el toreo no es una manifestación cultural del pueblo español, el toreo es más, mucho más, el toreo es un elemento constitutivo de la personalidad histórica y cultural del pueblo español”.
Por qué entonces, vuelvo a repetir, el ministro de Cultura hace oídos sordos y cierra los ojos ante todas estas manifestaciones. Pues muy sencillo, porque el Sr. Ministro de Cultura carece de toda cultura taurina, que es como carecer de uno de los elementos básicos de la formación de la cultura propiamente dicha, como señaló Ortega y Gasset cuando dijo aquello de que los toros eran la manifestación cultural que mejor reflejaba el sentir de los españoles.
Pero, claro, el Sr. Urtasun no quiere saber nada de esto, ni mucho menos que los intelectuales de la Generación del 27, entre los que se encontraban Valle-Inclán, Pérez de Ayala, el escultor Sebastián Miranda, etc…, redactaron un manifiesto en el que solemnemente declaran que, con Juan Belmonte el toreo ha alcanzado la categoría de las Bellas Artes e, incluso, que el toreo aventaja a la pluma, pinces y buriles, puesto que la belleza que crea es sublime y momentánea, hasta el extremo de que el propio Valle-Inclán escribió refiriéndose a dicho torero que “Juan Belmonte es pequeño, feo, desgarbado y si me apura mucho, ridículo. Pues bien, coloquemos a Juan ante el toro, ante la muerte, y Juan se convierte en la misma estatua de Apolo”.
No obstante, el Sr. Urtasun sólo se fija en el toro y en lo que él llama tortura del mismo, siendo así que el torturado, como ha demostrado en numerosas ocasiones, puede matar al torturador, lo que ya de por si refleja una característica incompatible con lo que es propiamente la tortura.
Pero es en balde, Urtasun seguirá adelante con todos los suyos en su descalificación de la Tauromaquia y lo malo es que arrastrará, ya lo está haciendo, al gobierno del que forma parte, para irritación y profundo malestar de los millones de personas, que vayan o no a los toros, se escandalizan por su atrevimiento e ignorancia.
¿Es que quiere el Sr. Ministro reescribir la historia de España, vinculada como está a la Tauromaquia, asemejándose e identificándose con Papas como Pío V, que en su bula papal “De Salutis Gregis”, prohibía las corridas de toros y decretaba la excomunión inmediata para todos los que permitieran, asistieran o participaran en corridas de toros? Ello, llevó al rey Felipe II a oponerse a la aplicación de dicha bula argumentando que la fiesta de los toros “parece estar en la sangre de los españoles”.
¿Es que el Sr. Urtasun es nuestro nuevo Pío V? Esperemos que su bula fracase como la de aquel Papa, aunque ésta, todo hay que decirlo, velaba por la vida de los toreros y no de los toros, lo que tenía cierta lógica en aquellos tiempos en los que las cogidas mortales eran muy frecuentes.
No obstante, no todo es negativo, ya que el gran filosofo Taurino francés, Francis Wolf, ha dicho que hay que agradecer a los antitaurinos el que nos hayan obligado a los que no lo somos, a buscar argumentos sólidos para contrarrestar a aquellos. Por ello, hay que ser optimistas a pesar de lo que dijo el psiquiatra Rojas Marcos, de que “en este país está mal visto ser optimista, por lo que el serlo parece cosa de tontos”. Así pues, hagámonos los tontos, aunque realmente ello no sea así.