¡Si la primera vez que lo vi no me llegaba ni a la rodilla! ¿Ya han pasado 15 años? ¡Cómo pasa el tiempo y qué viejos nos hacemos y nos hacéis! ¡Qué guapos y guapas estáis todos! Eran algunas de las frases que se repetían como el eco, en cualquier parte del colegio esa tarde. Sí, era aquella tarde en la que te graduabas.
Después de tantos años acompañándote, unas veces en el aula, otras veces desde fuera, algo más lejos, pero con la mirada cercana y el cariño presente. Alegrándome de tus logros y acompañándote en tus fracasos, sin dar paso al abandono o a la frustración.
¡Así es la vida! Decimos año tras año los profesores. Otra promoción que nos deja ¿Qué será de ellos? ¿Cómo les ira? ¿Nos vendrán a ver?
La profesión de docente es harto complicada, mientras que tú permaneces estático, inmóvil, como clavado en el suelo, alrededor de ti van pasando, creciendo y partiendo tus alumnos para seguir con sus vidas y alcanzar nuevas metas.
Es triste, pero es una tristeza dulce, de esas que las lágrimas saben a gominola, porque ha llegado el momento y les toca volar lejos del “nido escolar”, el centro académico, su colegio de toda la vida.
Pero esa tarde no era momento de tristeza, era un momento para celebrar. Para alegrarte por todo lo conseguido. Por todos esos exámenes, pruebas, controles, trabajos, que has realizado mejor o peor. Por todos esos proyectos en los que has participado. Las tutorías que has tenido con su poso y aprendizaje. Las charlas y sermones que te hemos dado los profesores. Las sonrisas, las carcajadas, los llantos. Por todos esos amigos que has hecho y que muchos de ellos estarán junto a ti, en los momentos más dulces y amargos de tu vida, sin separarse ni soltarte la mano.
Ahora te toca a ti, es el momento de enfrentarte a la vida. En otro lugar, con otra gente, de otra forma, pero no debes olvidar algunas cosas.
La vida no es fácil, es un camino complejo y lleno de obstáculos, unos te los pondrán, otros los crearás tu mismo, pero cuando eches la vista atrás te darás cuenta de que mereció la pena vivirla.
Los pequeños momentos mágicos que ella te da, disfrútalos como si fuesen eternos, ponles una banda sonora y guárdalos en tu memoria por si viene un día gris.
No dejes que nada ni nadie te arranque tus ilusiones o tus sueños. Solo dependen de ti, de nadie más.
Grita, canta, salta, llora, ama, vuélvete loco, baila como si nadie te estuviera mirando, exprime tu día a día al máximo y cuando te vayas a dormir piensa tres cosas bonitas que han hecho que el día mereciese la pena vivirlo. Te dará paz y fuerza para enfrentarte a un nuevo amanecer. Un día aún por escribir, donde tú tienes el pincel y el lienzo en blanco.
Malos momentos también vendrán, porque son parte del recorrido, agárrate a los tuyos y a tu coraje. Suelta tu rabia, tu dolor y sigue caminando. Solo así estarás en armonía contigo mismo.
Si hay algo de lo que te tengas que arrepentir, que sea por no haberlo intentado. Este profesor, que ya ha vivido un poquito, al menos un poquito más que tú, solo te va a dar un consejo: la vida pasa rápido, muy rápido, al final son dos días y uno llueve, pero de lo único que me arrepiento es de no haber cogido mis botas y mi chubasquero ese día de lluvia y haber salido a la calle a celebrar que estaba vivo mientras bailaba debajo de ella.
Así que, aunque sea por las canas, después de que leas estas palabras, guárdalas en tu interior para cuando las necesites y cuando llegue ese momento, recuérdalas. Y recuerda también que siempre sabrás dónde encontrarme. En tu antiguo colegio, al lado de aquel pupitre, que, aunque ahora lo ocupe otra persona, cuando tú te fuiste, quedó un vacío imposible de llenar.