Miles de jóvenes en Castilla y León se enfrentan los días 5, 6 y 7 de junio a la temida EBAU. La contrarreloj que comenzó en septiembre ha llegado a su fin. Una inmensa cantidad de horas invertidas con un objetivo claro, lograr la nota de corte para acceder a la carrera que desean.

Muchos de los alumnos llegan el día 5 sin apenas pegar ojo. Tras una noche de estudio o un insomnio insoportable. Aún atesoro entre mis recuerdos cuando hace tres años acudí al primer examen de la EBAU. Los nervios me impidieron dormir.

Entré a la sala para comenzar con la asignatura de Lengua y Literatura. A la salida, mientras hablaba con mis compañeros, caí en la cuenta de que, fruto de los nervios y la falta de sueño, había olvidado por completo rellenar el apartado referente a la opinión personal en el comentario de texto.

El tiempo iba pasando, se sucedieron los exámenes y sin apenas darme cuenta había terminado. Al salir de la última prueba escrita suspiré con alivio, puesto que aquel infierno había llegado a su fin. Qué iluso, lo peor apenas estaba por comenzar.

A la realización de la EBAU le siguen días de incertidumbre en los que se suceden las especulaciones de la nota. Dos preguntas me asaltaban constantemente durante el día: ¿Qué habré sacado? ¿Habré aprobado?

Escaso tiempo después, recibí la nota y el alivio fue mayor. Había aprobado y mi nota era considerablemente buena. Pero es entonces cuando los días se vuelven grises. Las dudas acerca de tu futuro van creciendo. Si la nota es baja, no te queda de otra que asumir que entrarás en el grado en el que queden plazas. El problema comienza en el momento en que tu calificación te abre la puerta a una inmensidad de posibilidades.

Es entonces que entras en la crisis de los 20. A la temprana edad de 17/18 años te ves forzado a tomar la decisión que se plantea como la más trascendental de tu vida. En mi caso, se tradujo en una multitud de noches sin dormir.

Días en los que trataba de ir a la cama, pero en el momento en el que mi cabeza se recostaba en la almohada, mi mente se activaba como una máquina. Por mi cerebro pasaban constantemente los pros y contras de cada carrera en la que tenía interés.

Aquellos días, que hoy solo son un mal recuerdo, eran una pesadilla en la que mis allegados no sabían ni qué era lo que estudiaría al año siguiente. Era imposible que lo supieran, ni siquiera yo era consciente de qué era lo que quería hacer.

Siempre dije que quería estudiar Ciencias Políticas. Pero el hartazgo con la clase política del momento, sumado a lo difusas que eran las salidas laborales, desincentivaron la idea. Pasé entonces a querer cursar Derecho, me esperaría entonces un futuro brillante como abogado laboralista. Pero algo en mí no estaba de acuerdo en dedicar mi vida a las leyes.

Descartado el Derecho, debido a que no me motivaba, regresé a la idea de las Ciencias Políticas. Siempre dije que quería ser politólogo, pero no tardé en descartarlo de nuevo. Las noches de insomnio se sucedían.

Apenas quedaban tres días para cerrar el plazo de prematrícula. Tenía que decidir cuál sería la opción que encabezaría mi lista de preferencias para el próximo curso. Es entonces que la

idea de estudiar Periodismo se hizo más presente. Una opción que siempre había mantenido como secundaria resultó ser lo que realmente quería hacer.

Fue entonces que las noches de insomnio llegaron a su fin. Había encontrado mi vocación. Los días continuaron su curso y a mi correo electrónico llegó la esperada notificación. Las admisiones estaban decididas. Iba a estudiar Periodismo en la Universidad de Valladolid.

Cuando se habla de la EBAU, en gran parte de las ocasiones el diálogo se centra exclusivamente en la nota de corte. O en su defecto, en las desigualdades entre Comunidades Autónomas. Pero en raras ocasiones se toma en cuenta el hecho de que muchos de los alumnos que se acaban de someter a la prueba no saben hacia dónde enfocar su futuro. Muchos de los futuros universitarios no han encontrado su vocación tras el EBAU. Tomemos en cuenta a todos ellos.