Estamos viviendo unos años convulsos desde el punto de vista educativo, muy a pesar de que los medios de comunicación y la administración nos muestren a diario lo bien que van los informes Pisa y por ende el sistema educativo nacional. A pesar de ello, las previsiones no son nada halagüeñas.
Hoy en día el criterio de un docente va perdiendo valor.
Un profesor realiza su programación anual, establece unos criterios de evaluación, realiza sus pruebas, exámenes, trabajos y analiza el día a día de un alumno para decidir si es o no competente en su asignatura. Pues bien, todo ese trabajo es en balde, porque si los padres del susodicho consideran que sí lo es, removerán Roma con Santiago hasta llegar a inspección educativa donde posiblemente les darán la razón.
Hoy por hoy el docente debe tener todo muy bien atado para que su opinión prevalezca, porque ante cualquier desliz o mínimo fallo en alguno de los burocráticos apartados anteriores, la administración dará la razón a la familia.
Y señores, esto no es una guerra entre padres y docentes.
Los profesores, aunque haya gente que no lo crea, son suficientemente profesionales para saber discernir quién tiene capacidades para aprobar su asignatura y quién no, buscando la equidad entre todos los alumnos, y estudiando también las casuísticas personales de cada uno.
Estos maestros, no están buscando la manera de cómo pueden hacer para que su hijo suspenda esa asignatura. Intentan hacer un trabajo que se está volviendo harto complicado, además de buscar el bien del alumno por encima de todo.
Son más que profesores, son acompañantes y guías de estos niños que en muchos casos mal asesorados por compañeros o familiares reclaman hasta conseguir sus objetivos.
Aunque no deben olvidar que eso será pan para hoy y hambre para mañana
No pasa nada porque un niño tenga que repetir curso, si así lo considera el equipo docente. No va a causarles un trauma irreparable que arrastrará toda su vida y le hará ser infeliz y desdichado.
Posiblemente lo que pase sea el efecto contrario, alcanzará un proceso madurativo que no habría conseguido hasta entonces y que se logrará con esa repetición.
Por mucho que nuestros gobernantes digan que la repetición debe ser algo meramente extraordinario, hay casuísticas donde así debe ser.
Si esto no ocurre así, se le está haciendo flaco favor al estudiante y a su entorno.
Los docentes pretenden formar a sus alumnos para que el día de mañana tengan una buena educación, capacidad de análisis y herramientas para enfrentarse a un sistema laboral, donde no habrá nadie para sacarles las castañas del fuego.
No desean que sean ovejas estancadas en un rebaño fácilmente manipulables.
¡So! o ¡arre! No es lo que quieren que escuchen sus pequeños el día de mañana, y si lo hacen aspiran a que se planten y digan ¡no!, yo solo atiendo a lo que me dice la razón, no el gobernante de turno.
Padres y madres, confíen en los docentes de sus centros escolares. Donde pasan muchas horas al día, aprendiendo y formándose para ese futuro incierto.
Si en algo discrepan con ellos, siéntense y charlen de forma distendida, teniendo claro que el fin es común, que ambos quieren lo mismo. Tanto progenitores como educadores desean lo mejor para esos niños. Que no es más que sean hombres y mujeres capaces de desenvolverse en su vida adulta, optar a un buen trabajo y tener una vida plena y feliz.
Confíen en su manera de trabajar y denles también, la oportunidad de errar y rectificar, pero teniendo claro en todo momento que su oficio es vocacional: acompañar a los futuros ciudadanos de un mañana que ya es hoy.