Ya llegaron las vacaciones escolares. Los niños salen contentos de las aulas deseando dejar atrás, sobre todo los mayores, a los libros, cuadernos, asignaturas y, por supuesto, a sus odiosos profesores.

Llevaban todo el año tachando días en el calendario, analizando cuántos días en concreto quedaban para final de curso.

¡Quedan 138 días exactos!¡Quedan 25!¡Ya llegó el último día!

Y como todo llega, incluida la muerte, así fue.

Llegó el temido día para los padres y familiares, pero el deseado por los niños y también por los docentes.

Sí, los profesores también están deseando que llegue ese día. Porque, aunque haya muchas quejas por las amplias vacaciones que tienen, la realidad es que son muy necesarias.

Sin ellas la mayoría de los maestros deberían tener asistencia psicológica casi diaria. No porque los niños se porten regular, que también, sino porque “desgastan psicológicamente” en grado superlativo.

Todo el que tenga hijos lo sabrá. Son seres capaces de pedir una cosa cientos de veces hasta que la consiguen, ellos no tienen prisa. Ni los adultos tanta paciencia, así que normalmente acaban consiguiéndolo.

Pues si un solo adolescente es capaz de crear ese caos mental a un adulto, imagínense 30 juntos, a la vez, pidiendo algo.

Por eso está claro que los docentes están hechos de otra pasta, y pasan horas y horas en cursos de formación, preparándose cual prisioneros en la famosa película “La naranja mecánica”, para recibir “torturas adolescentes”. Obligados a mantener los ojos abiertos mientras les pasan reposiciones de series juveniles. Solo así consiguen completar los cursos académicos sin causar baja o deserciones en las filas.

Pero claro, ahora los profesores van a disfrutar de sus mojitos, sus lecturas, sus viajes y de sus pequeños caprichos, pero ¿qué hay de los padres?

Son ellos los que tiene que coger el relevo y les toca compaginar su vida laboral y vacacional con los susodichos.

¡Déjame en paz!¡No te metas en mi vida!¡Iré como me dé la gana! Son las frases que se empiezan a escuchar en las casas si te asomas cual vieja del visillo a las galerías de la comunidad de vecinos.

Los gritos y broncas ya forman parte del día a día, junto con las grúas de turno. Incluidos, ahora también, en horario matinal.

Ahora entiendo el porqué de las quejas de un gran sector social de que las vacaciones de los maestros son exageradas y muy largas. Se quejan porque casi todos son padres o en su defecto tíos y abuelos.

Es un buen momento para darle valor a esta profesión gravemente devaluada socialmente. Estos superhéroes de la educación no solo inculcan conocimientos a los más jóvenes. Sino que pasan con ellos muchas horas al día. Además de educarlos los tienen que “aguantar”. Ese “aguantar” no es nada despectivo, al contrario, es un mérito, es algo de medalla, de premio.

Estos hombres y mujeres consiguen llegar a julio con la mayor dignidad posible y la cabeza muy alta. Aunque hayan pasado las de Caín durante el curso.

Se merecen todo nuestro respeto y admiración, además de este descanso de varias semanas, más que merecido.

Para muchos padres el descanso veraniego de sus hijos se les hace eterno porque ya no saben que más pueden hacer, han practicado deportes, jugado, han realizado manualidades, excursiones y no les queda ni imaginación ni sitios en el mapa donde llevarlos para que no digan la temida frase “me aburro”.

Y ahora me pregunto, ¿y los padres que a la vez son profesores?  Pongamos todos una vela al Santo Job por ellos, que tienen el cielo ganado y el más profundo respeto y admiración de este autor.