Las vacaciones están hechas para los ricos. Si eres de clase media no te gastes los ahorros en irte de vacaciones porque solo vas a conseguir volver más estresado de lo que te fuiste, muy enfadado y con muchos euros menos en la cuenta corriente.

Arturo, cuando tengas que elegir tus dos semanas de vacaciones entre julio y agosto, recuerda estas palabras.

Tendrás que buscar un apartamento para la familia. Normalmente, a pie de playa no lo encontrarás o, si lo hay, el precio será tan escandaloso que elegirás uno un poco más alejado.

No te olvides que, haciendo fotos, los dueños de pisos de alquiler se han convertido en auténticos diseñadores gráficos y cualquiera que elijas te va a decepcionar.

“En la foto parecía que estaba mucho más cerca, si parecía que era muy espacioso y dónde está esa luz tan bonita que salía en la app si esto casi es un sótano” pensarás.

Primer mosqueo y discusión familiar. Porque ten claro que la culpa siempre va a ser tuya.

Los hijos en la edad del pavo poniendo caras y diciendo que vaya mierda de apartamento. Y la parienta comprando varios tipos de lejía para limpiar de arriba abajo la casa porque la ve sucia y no quiere que sus posaderas toquen la tapa de ese baño lleno de bacterias. Primer día perdido.

Al día siguiente una vez limpio, hay que ir a la playa. Pecas de ignorante y vais como a las doce con las tortillas, el lomo empanado y la ensaladilla rusa.

Después de casi veinte minutos callejeando, encuentras la playa ¡Por fin aquí!

¡Qué ignorancia!, Lo peor está por llegar. Al mediodía es prácticamente imposible encontrar el metro cuadrado de playa que se supone te garantizan los 1500 euros que has pagado por el alojamiento. Diez minutos buscando, al fondo, entre unos niñatos escuchando reguetón con un altavoz a todo volumen y un montón de jóvenes jugando al voleibol, encontráis un pequeño espacio.

Os aposentáis y llega la felicidad. Otra vez que vas demasiado rápido, Arturo.

En lo que empiezas a colocar la sombrilla y las toallas, ¡zasca! Balonazo en toda la nuca.

A la media hora de escuchar a Bad Bunny y de tener que esquivar balones decides ir a la orilla de mar porque sientes que el tic nervioso que pensabas olvidado parece que vuelve.

Consigues llegar no sin pedir tres veces perdón por pisar la toalla de otras personas, chocarte y hacer llorar a un niño pequeño que no habías visto y esquivar un par de pelotas de jugadores de palas.

Cuando te das cuenta, ya casi es la hora de comer. Toca vuelta al punto de encuentro donde están tus hijos con su móvil y tu mujer preparando la comida.

Entre todos decidís que al día siguiente hay que levantarse antes para buscar un sitio mejor. Empezáis a probar horas y al final ponéis el despertador a las 7.30.

¡Si me tengo que levantar más temprano que para ir a mi trabajo! La entrada a la piscina de los apartamentos no es diferente, antes de la apertura una larga cola rodea el edificio.

Al cabo de una semana, estás deseando volver a trabajar.

Has discutido con tus hijos y con tu mujer más que en todo el año.

Has hecho más colas que en Port Aventura el día que hay 2X1 e incluso has soltado alguna lágrima pensando que con aquellos 1500 euros del apartamento podrías haber puesto el aire acondicionado en casa y ahora estarías tomándote tu cervecita y viendo los vigilantes de la playa tranquilito en tu sofá. En cambio, estás corriendo delante de un grupo de jubilados para poder adelantarte y poner tu sombrilla en un cachito de playa libre. Pudiendo así “descansar tranquilo”.