Esta es la expresión que me viene a la mente, y a la de muchos ciudadanos con un mínimo de sentido común, cuando observamos perplejos los acontecimientos de la vida política de esta nuestra “querida España”.

Y es que, haciendo un ejercicio de comparación entre el “ser de los ciudadanos” (que acuden diariamente a su trabajo, que se esfuerzan por sacar adelante a familias enteras, que miran sus limitados ingresos para llegar a fin de mes, que responden heroicamente ante las desgracias) y el “deber ser de los políticos”, nos encontramos con una exagerada diferencia en detrimento de la clase política. Estamos ante un panorama poco tranquilizador en el que la “honradez” no existe, el “cinismo” los acompaña en todas sus actuaciones y la MENTIRA es su carta de presentación. Son lo contrario a lo que “deberían ser”.

Estas apreciaciones se van descubriendo, día a día, en todos y cada uno de los comportamientos de esta clase dirigente que “nos gobiernan”, mejor dicho, que nos mandan, porque gobernar es otra cosa. Se está produciendo un fenómeno típico de regímenes totalitarios de marcado carácter extremista e ideológicamente poseídos por una tradición de izquierda.

Me refiero al cambio en el “modus operandi” del quehacer político. Se ha cambiado “la gestión pública” por las “tácticas políticas”. El Gobierno se olvida de la gestión y se apunta a las tácticas. La diferencia entre una y otra actividad es grandísima, sobre todo, en las consecuencias y en el objeto de cada una de estas actividades.

La “gestión pública” tiene como objetivo el bien común y las consecuencias de esta acción repercute directamente en quien es el objeto último de la política: el ciudadano. Un político, máxime cuando está en su mano el Gobierno, “debe ser” un gestor de lo público, favoreciendo el bien común, proporcionando una justa distribución de los recursos públicos, siempre poniendo el foco de atención en el ciudadano.

Sin embargo, las “tácticas políticas” son instrumentos de la actividad política al servicio de los partidos, que tienen como objetivo imponer sus ideologías y perpetuarse en el poder a cualquier precio.

Es justo reconocer que, en un Estado de derecho, la convivencia de estas dos acciones se da siempre con la preeminencia y mayor peso de la “gestión pública”. Pero cuando la “táctica política” predomina sobre la anterior o, incluso, la supera, se cae en el bloqueo del estado de representación parlamentaria el control férreo de todo lo público y la desaparición de la democracia. La “táctica” es propia de regímenes totalitarios y ejemplo de ellos tenemos muchos a lo largo de la historia, pero también en el actual Gobierno.

La “táctica” hace cambiar la realidad por el “relato”, haciéndolo predominar en la explicación de los hechos y en la “gestión de lo público”. La “táctica” me permite anteponerme al oponente en la venta del relato, ganarle la partida. Es una buena estrategia para imponer voluntades, controlar instituciones y permanecer en el poder a cualquier precio. Por táctica pacto con enemigos de España, rompo consensos, cambio de opinión, miento. Por táctica utilizo una desgracia nacional para suspender un Pleno en el Congreso de los Diputados evitando controlar al Gobierno. Y por “táctica política”, apruebo en ese mismo “Pleno” el asalto nauseabundo y dictatorial al Consejo de RTVEspantosa. Vomitivo.

Por la misma estrategia nombro a un Fiscal General del Estado servil y sumiso que me permita sacar a la luz secretos de ciudadanos para hacer daño al oponente. Dictatorial.

Por la misma razón, y con iguales resultados, oculto tropelías de mis allegados que han metido la mano en lo público, no para gestionarlo, sino para utilizarlo en su favor o en el del partido. La táctica es ocultar, esparcir mierda, inventar “bulos” que no impliquen al delincuente ni dañen al líder para poder asirse más al poder. Y si el escándalo salta en mi entorno, con los que gobierno, la táctica es encubrirlo hasta que se pueda, insistir en que nadie lo sabía o en despreciarlo sádicamente e inventar el “relato” de que se han tomado medidas inmediatas y que el maltratador, corrupto o ladrón nunca ha pasado por allí.

Es un desconocido y todas sus “pifias” las ha cometido fuera de la organización. Es el cinismo al grado sumo por parte de los que les desprecian ahora y por parte de los implicados que criticaron y atacaron a otros llamándoles corruptos o maltratadores, cuando ellos eran los primeros y más destacados protagonistas de esas fechorías. No cabe mayor cinismo, ¿verdad, Errejón?, ¿verdad, Ábalos? y un largo etcétera que termina en ¿verdad, Sánchez?

Espero que esta “dictablanda” o “dictadura” encubierta llegue a su fin lo antes posible y que los venideros se dediquen a hacer lo importante, a gestionar lo público y lo hagan con tácticas moralmente correctas y siempre en beneficio del único protagonista de la política: el ciudadano. Mientras tanto, y que no sirva de precedente, voy a estar de acuerdo con el presidente del gobierno cuando dice como máxima explicación a sus tropelías, las de su esposa o de sus compañeros de partido/gobierno que: “El tiempo pone a cada UNO en su sitio”. Espero que así sea y se extienda al dos, al tres, al cuatro….. ¡Menuda tropa!