Juan estudió en el mismo colegio desde infantil. Siempre fue un niño muy aplicado y estudioso a pesar de su tesitura familiar. Sus padres, divorciados, vivían en la misma casa porque económicamente no podían separarse. Compartían una hipoteca y dos préstamos que en el pasado necesitaron para comprar la casa, amueblarla y adquirir también un pequeño utilitario de cara a iniciar lo que pensaban sería una buena y bonita vida familiar.

El niño nació el segundo año de matrimonio, en ese momento las cosas entre la pareja ya no iban bien, pero tenían aún muchas deudas en común, más el hijo, como para poder perderse de vista.

El pequeño se esforzaba muchísimo, estudiaba en casa con una lámpara de escritorio minúscula, tanto que cuando se hacía de noche casi ni veía las letras.

Aprovechaba todos los momentos, leía en el autobús libros que sacaba de la biblioteca del centro. Cuando su madre le pedía ayuda con las tareas del hogar siempre estaba con un libro en la mano memorizando algún contenido de alguna de sus asignaturas.

Si su padre le llevaba al taller donde trabajaba, le acompañaban siempre su mochila y sus libros.

Él lo tenía claro, quería estudiar una carrera y ser ingeniero aeronáutico. Siempre soñó con diseñar un cohete e ir al espacio.

Su calvario empezó cuando pasó a la ESO, en su colegio decidieron que desde el primer curso comenzarían a trabajar con ordenadores y libros digitales.

Al principio Juan estaba emocionado, porque para él era un mundo nuevo.

Siempre le había encantado la tecnología, pero el acceso a ella era muy limitado en su caso. No tenía móvil, ni ordenador en casa. Era un lujo que en su casa no se podían permitir.

En el colegio le proporcionaron un portátil, tanto a él como a los demás niños cuyas familias tenían rentas muy bajas.

Con eso se daba por resuelto el problema y las autoridades pertinentes ya podían dormir tranquilas porque todos los niños tendrían acceso a la “nueva forma de educar”.

El calvario para Juan acababa de empezar.

En casa no tenía conexión a internet, con lo cual se pasaba media vida en las escaleras del edificio intentando coger la wifi de algún vecino que no tuviese contraseña, para poder cumplir con las tareas que le habían encomendado en clase.

Uno de aquellos días, harto de probar con diferentes usuarios y no lograr entrar en ninguna red, decidió coger su ordenador y plantarse en la puerta del McDonald´s. Allí si consumías podías usar la wifi gratis. En la cuenta del pedido venía el código de uso temporal por una hora. Juan era experto en revisar los tickets que había por el suelo y conseguir un par de horas de conexión para poder hacer todas las tareas.

Aquello funcionó, al menos los dos primeros meses de curso. Luego llegó diciembre y con él, el invierno. El pequeño era incapaz de teclear tres palabras seguidas aun con dos pares de guantes y la bufanda al cuello.

No fue la mayor de sus desgracias. Uno de aquellos días fríos, cuando estaba intentando realizar sus ejercicios diarios, pasaron a su lado un grupo de chavales del barrio. Empezaron a burlarse de él. Le quitaron el portátil y jugaron con él hasta que cayó al suelo y se partió.

Cuando fue al colegio con el ordenador roto, el director le dijo que lo tendrían que pagar sus padres.

Imaginaos cuando llegó a casa y los padres ya habían sido avisados del suceso.

Ninguna excusa le sirvió al muchacho porque sus padres solo estaban pensando en cómo pagarían el montante.

Juan tiró la toalla, había llegado al límite. El bofetón de realidad fue tan grande que nada ni nadie pudo convencerle para volver a coger un libro con curiosidad y deseo.