‘Valderrama ¿sería usted tan amable de cantarla otra vez’ pidió el General Franco a Juanito Valderrama en una cacería de perdices en 1950, celebrada en la finca de uno de los ricos que pululaban en la órbita del Régimen y que habían forjado su capital sobre las cenizas aún calientes de la Guerra Civil. En el jolgorio habían intervenido varios artistas de la época y cada uno interpretó una sola canción, pero el Caudillo pidió un bis a Valderrama. Juan Valderrama Blanca, el niño pobre de Torredelcampo en la campiña aceitunera de Jaén, subió de nuevo al escenario con su sombrero cordobés bien calado para cantarle a Franco ‘El emigrante’, compuesta por el propio Valderrama en 1949.
Juanito contó años después y por supuesto con Franco fuera de El Pardo ‘Yo creo que he sido el único artista al que Franco, que era tan serio, le ha tocado las palmas y le ha pedido un bis’. Valderrama coló al General un gol por toda la escuadra, con la misma habilidad con que había burlado la férrea censura de la época al componer la canción. La letra narraba sobre la hechura de un rosario con dientes de marfil y de rezarle a la Virgen de San Gil. Así, entre cuentas de rosario y mantos de Vírgenes, los censores del Régimen no se apercibieron que en 1949 no había casi emigrantes, sino exiliados.
La canción serviría en varias décadas posteriores para apagar las penas de esa ‘saudade’ a la española, la nostalgia de los emigrantes que partieron de su amado país para buscar una vida mejor, el pan para las bocas de sus hijos, un hogar decoroso con calor y lumbre. Porque en España había hambre, mucha hambre. Hasta el Obispo Tarancón, el después inolvidable Cardenal de la Transición, escribió en su sede de Solsona una carta pastoral titulada ‘El pan nuestro de cada día’, para pedir sencilla y llanamente pan para los necesitados y el cese de los escándalos del ‘estraperlismo’.
España es un país de emigrantes. Lo fue en el siglo XIX y los albores del XX, cuando desde las verdes praderas del Cantábrico los aspirantes a ricos indianos marcharon a ‘hacer las Américas’ a Cuba, Argentina o Venezuela. En la dureza de la postguerra española el sueño de los emigrantes de maleta atada con cuerdas de pita, no era volver a España como un indiano rico y construir una casona de estilo colonial pintada de blanco y añil, con una gran palmera en el jardín. Los que salían de su patria en los años 50 a 70 ni de lejos pensaban cubrir sus cabezas con sombrero jipijapa. Más bien cavilaban en la forma de conseguir el pan para ellos y sus proles. El mismo pan que había reclamado a las autoridades del Régimen el irreductible obispo Tarancón.
La emigración de los españolitos se impuso entre 1960 y 1973. Por una parte, la migración interna y por otra la que buscó destino en los países prósperos de la Europa Occidental. Más de siete millones de personas, el veinte por ciento de la población española abandonaron sus pueblos en ese periodo para ponerse en marcha había las grandes ciudades industriales del país y el resto, unos dos millones y medio a países como Alemania, Francia o Suiza. En esas fechas 600.000 españoles emigraron a la República Federal de Alemania, como parte del acuerdo de reclutamiento alcanzado con los Gobiernos del franquismo. Debieron pensar sus ministros que el pan de Tarancón lo comerían mucho mejor los emigrantes cerca de la Puerta de Brandemburgo y de esta forma darían la razón a Franco sobre las miserias y vergüenzas que el comunismo ocultaba tras el muro de Berlín, que por otra parte eran ciertas. Y para las noches de ‘saudade’ y nieve en Frankfurt ya tenían aquella canción de ‘El Emigrante’ , que con la voz de Juanito Valderrama había sonado en las radios Marconi de toda España.
Que España es un país sin memoria es una idea común entre los grandes hispanistas extranjeros. No viene ahora a cuento ahora la Memoria Histórica impulsada por Rodríguez Zapatero, porque la de ZP es una memoria parcial y por tanto es, en sí misma, una falta de memoria. Los españolitos debemos tomar a diario esas legendarias infusiones de rabillo de pasa.
Por suscripción popular se va a sufragar un cargamento de rabos de pasa, mismamente de la Ribera del Duero que está más cerca y da prosapia, para el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Burgos pues olvidó que España fue un país de emigrantes, que en las noches de la banlieu parisina cantaba ‘Yo soy un pobre emigrante/ Y traigo a esta tierra extraña/ En mi pecho un estandarte/ Con la alegría de España’.
A punto estuvo de consumarse la decisión de retirar las subvenciones a tres ONGs que en Burgos atienden a los inmigrantes, como ACCEN, Burgos Acoge y Atalaya Intercultural. Se dejó a Cáritas fuera de los propósitos ‘desubvencionadores´. Y Cáritas, como el gran obispo Tarancón, dijo que o pan para todos o para ninguno.
La Alcaldesa de Burgos y su equipo de gobierno, rectificaron. Sabia decisión que ha reconfortado el alma incluso a muchos católicos que teníamos el corazón en un puño. Si, ya sabemos que es un fregado turbio el debate entre la inmigración legal y la ilegal. Pero estremece la muerte que se cuela de polizón en las pateras. Duelen los MENAS que atraviesan los mares en busca del soñado pan de Tarancón. Sean los Gobiernos quienes pongan solución a las crisis migratorias. Las ONGS a las que finalmente si apoyará el Ayuntamiento de Burgos, proseguirán con su ayuda en su labor de acogida y calor humano.
Y que no falte el pan. Por pedirlo, el Obispo Tarancón estuvo confinado diecinueve años por el Gobierno de Franco en la sede de Solsona. En aquellos tiempos era necesario el ‘placet´ del Gobierno para promover a un obispo a otra sede. A don Vicente Enrique y Tarancón se le pusieron piedras en el camino, aunque finalmente fue nombrado Arzobispo de Oviedo en 1964. Con genialidad italiana, Antoniutti nuncio de Su Santidad en España proclamaba en los cenáculos de Madrid ‘El Obispo Tarancón no saldrá de Solsona hasta que el Gobierno digiera el pan’. A punto ha estado el Ayuntamiento de Burgos de atragantarse con un mendrugo.