Llevo en el móvil el tiempo de todos los lugares en los que querría estar. Ciudades –que son mías por derecho o sin él- como si se tratasen de mujeres que dejan recuerdos alegres cada vez que uno viene y va. O tal vez todos los recuerdos sean el mismo, que es lo más probable. Al despertar ojeo las previsiones de las ciudades que tengo guardadas como si levantase la persiana, como si abriera la ventana.
Tengo más de una decena entre pueblos y ciudades, casi todos repartidos en España e Italia, que son para mí la misma idea terrenal de la felicidad. Un mismo lugar partido por la mitad. Llevo el clima de estos sitios controlado por si llueve o hay tormenta y me desmonta la ilusión. Me gusta saber que hace el sol necesario en Santander como para sentarme a leer el periódico y alargarse hasta la hora de comer hoy que es domingo. Y después poner la mesa cerca del rumor del mar.
Los controlo casi todos igual que llevo un impermeable en el maletero del coche de otoño a primavera, por inercia. Hay otros que miran compulsivamente Idealista, el Ibex o el email y yo por las mañanas necesito saber si en Roma o en Sevilla hace para ir en mangas de camisa aunque en Valladolid las temperaturas se suiciden como si tuvieran prisa. Y saber que sí, que allí todavía la gente no necesita jersey o una chaqueta hace que en Valladolid se temple el día, que abra la niebla que aún no ha llegado.
Ocurre lo mismo cuando no estoy en La Mudarra y miro desde cualquier otro lugar si las lechuzas que viven en el alféizar de un ventanuco estrecho de la segunda planta se les ha acabado el verano. Si se habrán helado los olivos, que como aún no han crecido, parecen bonsáis adolescentes y desmelenados.
No es que quiera ser meteorólogo, lo juro, antes preferiría ser columnista, que es un oficio en el que se acierta con la misma frecuencia. Es que la felicidad se compone de datos absurdos, de variables minúsculas. Puede amanecer el día más radiante en Madrid, pero si veo que en Siracusa no, aquí deslumbra menos el sol. Como Ulises miraba los vientos, yo miro el pronóstico del tiempo. Tormentas, la calma, la nada… Me da lo mismo si nieva en París.
Ayer empecé a limpiar ciudades de la aplicación. Fui borrando como quien cierra balcones para no volver más.