Buscamos al escultor Juan de Juni
Mandó ser enterrado en la Iglesia de Santa Catalina de Valladolid pero su tumba permanece oculta bajo la tarima del templo
Buscar a Juni es una entelequia, una cosa irreal, una ensoñación innecesaria, pues a Juni lo encontramos (no su huesa) en su obra escultórica conservada en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, en la catedral (retablo), en las iglesias de las Angustias (la imagen titular) y de San Pablo (el Crucificado procedente de las Catalinas); lo hallaremos también en Salamanca, León, Medina de Rioseco, Medina del Campo, Mojados, Olivares de Duero, en el Museo Diocesano, en las Huelgas Reales, en Segovia, Ávila, El Burgo de Osma, en fin (escribimos al dictado de la memoria y quizá se nos olvide algún lugar), Juan de Juni «está» entre nosotros en la ciudad, en la provincia y en la región.
Buscar la tumba de Juan de Juni (castellanización de su nombre propio, Joan, y el de su pueblo natal, Joigni, en la Borgoña francesa), y dar con ella, sería como cerrar el círculo de su vida: un triunfo y el mejor remate a una carrera artística tan generosa del francés para con nosotros, los castellanos en general.
Localizar en Valladolid el enterramiento de Juan de Juni es cosa que nunca se ha intentado. Y si se ha intentado, no ha trascendido. Pero se sabe, por su propio testamento, dónde se mandó enterrar: en la iglesia del convento de Santa Catalina.
Martí y Monsó en el capítulo dedicado a este convento, sito en la calle Santo Domingo de Guzmán, en su libro Estudios Histórico Artísticos, editado entre 1898 y 1901, al pie de la página 225, escribe: “Como nos consta que fue enterrado Juan de Juni en el convento de Santa Catalina, buscamos con interés su sepultura pero no fue posible encontrarla, y si yace en el cuerpo de la iglesia estará cubierta la lápida con la tarima”.
Dicha tarima se puso en 1886, doce años antes de que Martí y Monsó escribiera el referido capítulo.
En opinión de algunos estudiosos, no sería malo acometer ahora dicha aventura forense, dada la cantidad de información, absolutamente fiable, de la que disponemos. A la que añadimos dos circunstancias: el convento se encuentra vacío y fue adquirido por el Ayuntamiento de la ciudad por menos de seis millones de euros, en principio para preservarlo de la ruina total y después para aprovechar sus instalaciones y gran huerta con el propósito de darles un uso cultural, deportivo y cívico. De momento las ideas están en maduración.
El afamado escultor Juan de Juni —ya era afamado en vida— murió en Valladolid el 14 de abril de 1577 en su casa-taller, situada frente al Campo Grande, en el entonces llamado camino de Simancas (hoy Paseo de Zorrilla) teniendo a un costado la calle de San Luís y por detrás la calle del Sacramento, (hoy Paulina Harriet). A su muerte, dicha casa y taller fueron adquiridos por el otro escultor de más fama en Castilla, Gregorio Fernández, ilusionado por poder seguir trabajando en el mismo taller del que salieron figuras magníficas. Esa casa, de la que salieron las obras de ambos escultores, quizá coincida con el actual número 26 de dicho paseo, aunque de su pasada modestia arquitectónica no queda ningún vestigio.
Los datos para la búsqueda del enterramiento de Juni se encuentran en el segundo de los testamentos otorgados por el escultor, dos días antes de morir en Valladolid, el 8 de abril de 1577. En este dice: “… Ytem mando que si la boluntad de dios fuera serbido de me llevar desta pressente vida mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de santa Catalina de sena desta villa junto a las sepulturas de mi muger he hijos que es nuestra propia o en la misma sepultura habiendo en ella lugar”.
¿Por qué fue enterrado Juan de Juni en Santa Catalina? El padre de su tercera esposa, María de Mendoza, llamado Juan de Mendoza, fue alcalde de la Inquisición, y entregó 50.000 maravedíes de dote para que su hija Úrsula ingresara en el convento de Corpus Christi, de madres dominicas, como “monja de coro y velo”. Este señor poseía varias casas en la calle donde está el convento de Santa Catalina y se cree que hizo alguna donación de casas o terrenos a la comunidad religiosa. Se le documenta como mayordomo del convento de Santa Catalina a partir de 1551 y en diferentes ocasiones actúa como apoderado de la comunidad.
Según publica la profesora y académica María Antonia Fernández del Hoyo en su documentado libro Juan de Juni, escultor, editado por la Universidad en 2012, al parecer existía en el archivo del convento de Santa Catalina un documento en el que alguien había anotado las Inscripciones de las lápidas que se conservan en el pavimento de la iglesia debajo del entarimado.
Parece lógico pensar que la persona que lo hiciera (monja o capellán) lo hizo con el propósito de informar de lo que iba a quedar oculto por la instalación de una tarima en 1886. Este documento lo vio y citó el catedrático Juan José Martín González, sin transcribirlo, expresando que en él se anotaba el nombre de Juan de Juni junto al de Ana María de Aguirre, su segunda esposa, y de Ana María Mendoza, su tercera esposa, enterrada junto a dos hijas habidas con esta última.
En su momento, consultamos con sor Milagros Díez, Superiora de dicho convento (cuyas monjas se trasladaron al de Corpus Christi, en el Paseo del Prado de la Magdalena, hoy cerrado, y posteriormente al convento de las Dueñas, en Salamanca), y nos dijo desconocer el paradero actual de dicho documento, que cree desaparecido.
Aquí hemos de sacar a público conocimiento algunas de nuestras sospechas. La relación de las personas enterradas en el suelo de la Iglesia de Santa Catalina de Siena no puede ser tan larga que dé para un libro. Por consiguiente sospechamos que quien lo hizo quizá aprovechara las guardas en blanco y alguna hoja de cortesía de un libro de buen tamaño para apuntar en esas hojas los enterramientos entonces a la vista. Esa y no otra puede ser la razón de que entre las monjas se hablara de la existencia de “un libro”. Este supuesto libro, junto con el llamado Libro Becerro del convento y todos los que componían su biblioteca, fueron a parar a la gran biblioteca de los padres dominicos de Salamanca, en el convento de San Esteban. No confiamos en la pronta aparición de esa relación original de tumbas, aunque sabemos que los libros viejos suelen dar muchas alegrías.
Respecto al lugar concreto del enterramiento de Juni y su familia, sor Milagros Díez nos manifestó su creencia de que no se encontrarán bajo el altar del Crucificado que el artista talló, sino próximo al púlpito, al lado opuesto, según han venido transmitiendo por tradición oral unas y otras monjas. Nos hizo la advertencia de que la tarima podría ser la original, aunque con muchas reparaciones; y que debajo de ella no existe otro suelo de baldosas de piedra, por lo que el acceso a las lápidas se produciría tras vencer varios centímetros de tierra y cascajo usados para la nivelación del piso.
Para comprobar la diferencia entre el suelo antiguo y el resultante tras las obras del arquitecto Pedro de Mazuecos, realizadas en el siglo XVII, no hay más que entrar en la capilla del licenciado don Juan Acacio Soriano, enterrado en una tumba de superficie con monumento funerario yacente, del lado de la Epístola. En dicha capilla se conserva el suelo antiguo, al que se accede desde el moderno, y así podremos comprobar la distancia existente entre uno y otro, alrededor de 60 centímetros.
De la importancia de este convento en tiempos de Juan de Juni habla el hecho de que cuando murió este artista, el convento de Santa Catalina estaba de moda en la villa de Valladolid. Llegó a tener hasta 200 monjas en el siglo XVI entre religiosas de coro y de obediencia.
Entre el patrimonio artístico del convento se encuentra un magnífico Cristo Crucificado, de Juni; un Yacente, de tamaño algo más pequeño que el natural, atribuido al taller de Gregorio Fernández; cuadros de Diego Valentín Díaz; una Virgen y un San Juan de pequeñas dimensiones procedentes del retablo de una capilla y una figura tallada por Francisco de Rincón, escultor que acogió en su taller a Gregorio Fernández cuando llegó a Valladolid desde su Galicia natal. Este patrimonio se ha repartido entre otros conventos de la orden.
El Cristo Crucificado de Juni hoy preside la nave central de la iglesia de San Pablo. Perteneció a doña María de Rojas, marquesa de Alcañices. Fue donado por su hijo y heredero, don Luis Enrique de Almansa, cuya hermana, Aldonza de Castilla, era entonces la priora del convento de Santa Catalina, donde una hija del propio Luis Enrique había profesado de monja.
Juan de Juni es uno de los pocos franceses que se han hecho acreedores de la admiración de los españoles, porque vino a Castilla a dejarnos su arte. Todo lo contrario que hicieron muchos de sus compatriotas años después, uniformados y a las órdenes, que vinieron a llevárselo o destruirlo sin sensibilidad ni duelo.
Otro documento refuerza nuestra teoría acerca de la relación de enterrados en el subsuelo de la iglesia. Además de que el catedrático J.J. Martín González pudiera haberla visto y anotado, quizá no fue el único. Lo pensamos por las características de la relación que nosotros mismos hemos leído, no en letra manuscrita, sino en letra impresa. Por ello sabemos que tres fueron los lugares destinados a enterramientos en el monasterio de Santa Catalina: el Coro, la nave de la Iglesia, y el Claustro conventual, llamado también claustro de procesiones y de oración. Todo está perfectamente detallado en el libro escrito en 1988 por fray Cándido Aniz Iriarte, O.P. con motivo del V Centenario de la fundación del convento de Santa Catalina de Siena, de Valladolid (1488-1988). Confirma los enterramientos de las dos esposas de Juni, sus hijas y del propio escultor, anotando:
*Doña Ana María de Aguirre, segunda esposa de Juan de Juni. (Muerta en 1556 y enterrada primeramente en una tumba familiar de la iglesia de Sancti Spiritus, y trasladada después, según parece por decisión de Juni, a la iglesia de Santa Catalina).
*Doña Ana María Mendoza, tercera esposa de Juan de Juni.
*D. Juan de Juni, famoso escultor, muerto a mediados de abril de 1577.
*Dos niñas, llamadas ambas Ana María, hijas de Juan de Juni y de Ana María Mendoza.
Como dato curioso llamamos la atención del lector indicándole que entre los enterramientos consignados aparece un niño, hijo del rey Felipe II.
Como en la búsqueda de Miguel de Cervantes o de Gregorio Fernández (del que sí existe en el Museo de Valladolid, del palacio de Fabio Nelli, la lápida que lo cubrió), nada aportaría el hallazgo a la obra legada por Juan de Juni. Esa obra es lo que cuenta y nos satisface. Los muertos hay que dejarlos en su mortandad.
En el Génesis se nos previene con esta conocida frase: Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Recuerda, hombre, que polvo eres y al polvo volverás.