Celia había llegado con la camisa escandalosamente arrugada. Cuando yo arqueé una ceja al respecto, se miró, se hizo así y empezó a carcajearse con su acento charro: “¡Si es que yo no plancho! ¡Que no tengo plancha! ¡Te lo prometo! ¡Ja! ¡Que no tengo, que se la regalé a una amiga!” No sabría definir con exactitud en qué consiste la libertad, pero la reconozco cuando la veo. Me vuelve loca.

Dos años y muchas camisas arrugadas después, unos cuantos amigos y su hermana Beatriz tanteábamos entre sus cosas el doloroso día de su funeral. Ojeábamos sus libros. “¿Y este?”, dijo Carlos. “Trae”, dije yo. Asomaba entre sus páginas una tarjetita roja que reconocí, abrí y, entre lágrimas, releí. Mi letra la condecoraba modestamente como “personaje revelación del año” y confesaba los motivos por los que se había ganado en dos cortos meses mi rendida admiración y mi corazón para siempre.

El juego, que recomiendo, fue idea de mi amiga Blanca, en aquellos años en los que nos sobraba el tiempo para tirarnos en el suelo de su casa, escuchar discos y filosofar chorradas que nos han sostenido hasta hoy. “Tú a final de año te pones a repasar y siempre hay alguien que es el personaje revelación de ese año, alguien nuevo que te gusta un montón, alguien que te ha sorprendido. Alguien que se lo merece.” Debatimos un rato, yo era escéptica: “¿Todos los años? Pero se podrá repetir persona porque si no, es imposible.” Claro que todo lo que parece imposible, conviene comprobarlo. “Tú hazlo, ya verás. Ya verás como siempre hay alguien.”

Siempre hay alguien. Y el ejercicio de detectarlo es un placer. Obliga a pasearse hacia atrás por el lado soleado de la calle. Despreciando las sombras. En una alegre carrera de buenos momentos, sólo lo que valió la pena. A veces irrumpe en la recta final alguien extraordinario, como Celia aquella vez. Otras, se aprecia mejor al verla en conjunto la cantidad de amor o atención o ayuda que alguien ha dado en dosis discretas pero constantes. O hemos tenido la oportunidad de ver a alguien desde otro ángulo y ha resultado no ser el que parecía. En algún caso hay competencia, años de cosecha abundante de personas transitadas hasta que algunas acaban con el premio ex aequo. El premio que no es nada más que decirlo, con un detalle en persona o en un sencillo mensaje. Incluso menos: un reconocimiento en secreto que el agraciado nunca sabrá pero que reconforta sólo de pensarlo. Y con esa pequeña ceremonia, como en un funeral mexicano, se entierra el año mientras se celebra la vida, se celebra la gente, se celebra la luz.