Luis Alberto es uno más entre los libros de su biblioteca. Hay tantos libros como Luis Albertos un martes cualquiera. Luis Alberto es sucesivo. Luis Alberto desde «el desayuno», Luis Alberto el de «la mujer de las conchas», Luis Alberto y todos sus poemas.
Luis Alberto de Cuenca, rodeado de libros. Luis Alberto, rodeado de amigos: Luis Alberto y Lorca y Manrique, y Espronceda y nosotros como voyeures revolviéndole los versos y la tarde. Porque Luis Alberto tiene el privilegio, inmaterial, de los grandes poetas cuando descubren que sus versos los lleva el pueblo.
Todos los libros que tocamos podría haberlos escrito él: desde «La Odisea» de Homero al «Drácula» de Bram Stoker. Él, el único que no se olvida de Naussica.
Y todo en él, incluidos los clásicos, resulta modernísimo. Luis Alberto es la modernidad insobornable de lo extinto, la civilización más refinada, Amadís, un caballero de la tabla redonda, Don Quijote lúcido y convencido. Traductor de los vivos y los muertos. El último conversador con algo que decir de Madrid, bibliotecario en la biblioteca nacional que es su casa en don Ramón de la Cruz.
Un martes por la tarde escuchándole recitar «La mujer ideal» entre las paredes insonorizadas de libros, Madrid se ha quedado quieto y no hay bullicio navideño, ni prisa, ni martes, sólo hay Luis Alberto.
De Cuenca no cabe en la Academia. Hay más poesía en Luis Alberto que entre todos los siglos que le pesan al caserón de Felipe IV. L.A. es demasiado joven como para que nadie le haga esa faena.
Termina de recitar un soneto y recuerda que alguien le debe una llamada. Nadie coge el teléfono al otro lado. Cuelga. Lo vuelve a descolgar. «Voy a llamar otra vez, por joder» porque Luis Alberto es una estrella del rock. Guapo, con corbata y formal.
Una de las letras de Loquillo que no son un poema suyo dice «Siempre quise ir a L.A.» Y nosotros, ingenuos esnobs, pensando que Sabino quería decir Los Ángeles... Porque a él, como a todo lo que merece la pena, se va. Yo confieso que de haber sido otra cosa, habría querido ser Luis Alberto, poeta y amigo estelar. Y escribir cualquiera de sus poemas y que lo recite la gente de memoria como hacen con los suyos. Eso es la inmortalidad.