Ahora que estamos arrancando 2025, nos corresponde crearlo. Toca decidir qué vamos a hacer con él. Habrá quien piense que estos 359 días que se avecinan ya están inventados, y que cada mañana llegará a nuestra puerta el envío de Amazon con la jornada empaquetada. Es decir, podríamos suponer que el año nos viene hecho, pero siempre me ha gustado pensar que no somos meros observadores de lo que acontece: "Las personas libres nunca preguntan qué va a pasar, sino qué podemos hacer", me enseñó Savater no sólo a través de la palabra, sino también mediante su trayectoria, autenticidad y valentía cívica. Y aunque es indudable que hay circunstancias que escapan a nuestra voluntad y nuestra participación, nos alcanza algún protagonismo: por lo pronto, porque aquello que nos envuelve puede ser encarado de un modo u otro. Ahí, en esa distinta forma de afrontar la alegría o la desgracia, la fortuna o la desdicha, algún papel desempeñamos.

Si hablamos de crear, parece lógico reparar en algunos procesos de creación. Esos procesos, creativos y creadores a un tiempo, brotan ante la música, la literatura, el cine, las artes plásticas, la publicidad, el periodismo… Y quizá también podrían aportarnos algo de cara al calendario. Por eso he vuelto a ver “Sintiéndolo mucho”, aquel documental de Fernando León de Aranoa sobre Joaquín Sabina. En él nos encontramos a un Sabina que comenta las discusiones con Benjamín Prado: discusiones “por una coma”, a la hora de dar forma a la letra de una canción. Y esto me hizo recordar a Caballero Bonald, cuando le escuché en una entrevista radiofónica: “Me he dejado la salud en busca de un adjetivo”. Todo proceso de creación requiere ese esfuerzo por buscar, seleccionar, aquilatar, pulir, calibrar… La profesionalidad, en la disciplina que sea, así lo precisa. La vida, en todas sus facetas, así lo exige.

En el reseñado documental, Sabina contempla algunas diferencias entre escribir poesía y escribir canciones: “A un poema, la cursilería lo mata. Sin embargo -añade con una sonrisa- a las canciones les viene muy bien un puntito decadente de cursilería”. Y en una velada doméstica, disfrutando un clásico de José Alfredo Jiménez (“Cuántas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo voy a apagarlas”), Sabina se dirige al propio director del documental: “Ese verso, Fernandito, no hay modo de superarlo”.

Nuestro mundo frecuenta etiquetados facilones con los que aplaudir o vituperar. Y Sabina escapa a los encasillamientos maniqueos que a tanto sectario gustan: “amo los animales, sí, y me encantan los toros”; “de izquierdas, sí, pero con un lado anarquistón y otro liberalón”, añade en el documental. Y recordemos que durante el procés independentista en Cataluña (mientras abundantes voces de la cultura y el espectáculo prefirieron ponerse de perfil), Sabina se mostró “radicalmente en contra”, expresándose sin equívocos: “Es el siglo de borrar fronteras, no de hacer fronteras nuevas”; los mayores males del siglo XX “han sido por culpa del nacionalismo” (dos guerras mundiales o la guerra de los Balcanes, citó a modo de ejemplos); y añadió que esa deriva nacionalista había dividido por la mitad a la sociedad catalana: “Creo que es lo peor que puede hacer un gobernante”.  

Ese es Sabina: dispuesto a posicionarse, aunque ello acarree perder públicos, apoyos o simpatías mediáticas con las que contaba. Ese es Sabina: dispuesto a crear su 2025, con esa gira de “Hola y Adiós” que ya tiene programada. Ese es Sabina: dispuesto a seguir siendo libre “de los tontos por ciento” (tontos con o, claro, tal y como reza un tema imprescindible de su repertorio).