Aquellos gurús que pregonan que no está de moda aquello de un puesto de trabajo para toda la vida, se equivocan. Al menos en España, "el país de los funcionarios", como tituló hace unos años un reportaje de la BBC. Aquí unos tres millones de salarios dependen del Estado. En cifras y porcentajes estamos por debajo de la media europea y muy lejos de los países nórdicos, pero a veces los números no lo son todo.

El funcionario español, en este mundo de las generalidades que se confirman con excepciones, es una actitud ante la vida y una manera de enfrentarse al futuro. Por eso en España hay dos tipos de funcionarios: los que ya lo son y los que desean serlo. 2025 comienza con un auge de opositores, sobre todo entre los jóvenes. Dicen los estudios más recientes que el cuarenta y uno por ciento de los jóvenes de entre 18 y 25 años está pensando en opositar. También que se ha duplicado el número de aspirantes mayores de 50 años, de los que la mitad abandonan el sector privado.

Este fenómeno creciente (advierten que augura una nueva crisis económica) es consecuencia de la precariedad laboral general y del infierno fiscal que supone ser autónomo en España. El funcionariado supone huir de los sueldos que no pagan alquileres, de los horarios interminables, la falta de conciliación, los salarios estancados en el tiempo y la incertidumbre. Pero sobre todo es reflejo de una sociedad con pánico al fracaso. Aquello de salir de la zona de confort que repetían los 'coaches' modernos, también cayó en desgracia. Y les comprendo porque abrazaría esa seguridad cálida, ese horizonte despejado de páramo castellano y esa burocrática e imperturbable ruta hacia la jubilación al menos dos mañanas a la semana.

Sin embargo, esta España de funcionarios (de hecho y en potencia) es una debilidad que incluso traiciona nuestra historia. Fuimos un país valiente, aventurero, revolucionario y descubridor. Hace algunos siglos cuando fue nuestro el mundo y hace unas décadas cuando tuvimos el arrojo de romper las cadenas de la predecible dictadura para explorar qué era eso de la libertad y las democracias modernas. Parece que ni del coraje ni de la concordia nos queda ahora apenas nada.

Este pavor al fracaso que se nos ha metido entre la carne y los huesos es consecuencia de una concepción malentendida y sobada del Estado del bienestar. Cada vez son más los que creen que consiste en pagar impuestos para que el Estado nos pague los salarios, los servicios, las pensiones y hasta las vacaciones. Que en vez de una red de seguridad sea una cama 'king size' con vistas.

A la España funcionaria le sigue la España subvencionada, donde una gran parte de los sectores estratégicos caerían sin financiación pública. El Estado sostiene al país. El heroicismo de emprender, la demonización de los empresarios y la persecución a los autónomos refuerzan esta dependencia de un papá Estado que somete al país a una economía circular perversa, carente de ambición y más dócil ante los gobernantes de turno que se guardan la chequera que paga las facturas de cada vez más millares de familias.

Escribió Truman Capote que "el fracaso es el condimento que da sabor al éxito". Quizá esa fobia a la derrota nos hizo perder aquella España umami. En un país de funcionarios, el futuro es una rutina.