trip alijo portugal (40)

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Portugal

Alijó, tierras del Duero que el vino convierte en un mundo encantado

14 diciembre, 2017 06:25

A Alijó, perteneciente al Distrito de Vila Real, y bañado por el río Duero en su corazón y el Túa, al margen del Pinhão y Tindela, se puede llegar de diversas maneras, pero el viajero lo hace por carretera, a través de la A-4 al conectar con la IC5. Pero también se puede hacer por ferrocarril, ya que el Condado es servido por la línea sur del Duero, que viene desde Porto hasta Pinhão y sigue hasta Pocinho –antaño lo hacía también hasta Barca d’Alva para enlazar, por Vega Terrón, hasta Salamanca-. Como se puede llegar en barco, de mayo a octubre, cuando numerosos cruceros surcan diariamente el río hasta Pinhão. Cada cual elija su propuesta.

El viajero llega un sábado de principio de diciembre, que más bien pareciera primaveral, al corazón de las Aldeias Vinhateiras, el concejo de Alijó. Su importancia está estrechamente relacionada con la vitivinicultura, estando localizadas en este concejo muchas de las fincas productoras del famoso Vino de Oporto. Concejo favorecido por la calidad y variedad de sus vinos y los ríos que definen su desigual territorio de pequeños llanos y profundos valles, que en muchas ocasiones llegan a convertirse en temidas gargantas, donde pequeñas aldeas descuellan blancas en los picos de la media montaña en el ascenso de las profundidades, aferradas al suelo para no caer al vacío. En este vasto paisaje de ríos, montañas y valles –que van de la mano en el camino- destacan las viñas para dar un toque final y original de refinamiento estético, de majestuosa geometría y espectáculo inolvidable. Son los conocidos Fins de Semana Gastronómicos de Turismo Porto e Norte de Portugal y de los municipios de la región para promocionar la gastronomía y el turismo de la zona Norte del país luso.

Tras instalarse en la Pousada da Juventude de Alijó, un moderno hotel que en estas tierras de acá se podría considerar albergue, pero con todas las comodidades necesarias y, fijado, un precio más que asequible para viajar por el Douro Vinhateiro. Comienza el recorrido por el concejo y, cómo no, la primera visita será el descenso a Pinhão, bella aldea que lame el Duero y hace dulce su cauce, acompañado en su viaje al mar de naranjos, limoneros y algún que otro membrillar y granado. Esta tierra es para vivir evocaciones profundas de tradiciones y costumbres, y más cuando el otoño invita a visitar las Terras de Alijó.

Por las laderas del Duero/Douro se encuentran seis aldeas que destacan por la riqueza cultural y por sus paisajes únicos. Barcos, Favaios, Provesende, Salzedas, Trevões e Ucanha, que ofrecen experiencias únicas a través de su patrimonio, de su gastronomía y de la naturaleza. Por su belleza y el encanto de sus paisajes, el Valle del Douro también podría recibir el nombre de valle encantado.

Contemplar el abismo y quedarse extasiado

Laderas del Duero

El viajero, con el resto del séquito periodístico, deja atrás el municipio de Alijó que se extiende en la ladera, rodeado por algunos pequeños montículos donde descuellan edificios de época y otros más modernos, con algunos cercados hortícolas y vinateros. El camino conduce hasta Pinhão.

Comienza un descenso vertiginoso. Emocionante. Imposible. De Alijó a Granja entre predios vinícolas y frutales perdidos. La siguiente aldea del camino es Favaios –a la que regresaremos a la noche- para sumergirse en un descenso emocionante que parece conducir a los infiernos. Culebreando carreteras imposibles en la ladera donde se levantan bancales arrancados a dentelladas a la tierra casi vertical. Montañas de pliegues superpuestos como un fuelle de acordeón.

Todo es viña. Todo es vino. Todo es Duero. Son farallones que caen a los fondos de los valles, como pozos sin fondo. Es el Vale de Mendiz desde la EN322. Es contemplar el abismo y quedarse extasiado. Es bajar de Sabrosa al Pinhão y sentir escalofríos. Es divisar Vilarinho de Cotas y quedarse con la boca abierta ante esos pueblos descollantes en las medianas crestas de los tajos que quieren abrirse al cielo.

Sigue el descenso, dejando a la izquierda Casal de Loivos, perdido en la inmensidad del horizonte que parece no tener final. La bajada es vertiginosa. Quita el aliento. Sobrecoge con esos valles profundos de donde sube la calima, según se acerca el Duero, el humo de las chimeneas que dan calor en la noche fría o las hogueras que salpican, como señales del oeste, las viñas para quemar las vides muertas. Es una belleza sin igual esos pueblos blancos aferrados a un suelo difícil y fértil.

Cuando la carretera se hace más suave, en la cumbre de una ladera cercana sobresale Taylor’s. Es la plenitud económica y enológica de la tierra. Una inmensidad cuya importancia está estrechamente relacionada con la vitivinicultura, estando localizadas en este concejo muchas de las fincas productoras del famoso Vino de Porto.

Pinhão, azulejos, tren, Duero y vino

Estación de ferrocarril de Pinhão, con sus azulejos

La comitiva llega a Pinhão, una freguesía de Alijó situada en la margen derecha del río Duero, siendo el centro de la región demarcada del Vinho do Porto. Territorio donde están localizadas varias bodegas productoras de este generoso vino. Un paisaje clasificado por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Es el Douro Vinhateiro.

La parada, no podía ser de otra manera, se hace en la estación de tren. Conocida por sus 24 paneles de azulejos, que muestran paisajes del Duero y fases de las vendimias. En tonos azules, los azulejos tienen como autor a J. Oliveira, a quién se los encargó la fábrica Aleluia de Aveiro, en 1937. Como dato curioso, para reflejar la importancia de esta aldea, es que fue la primera freguesía del distrito de Vila Real que tuvo teléfono, correo permanente, abastecimiento de agua y Casa del Pueblo. No es menos cierto que Pinhão recibe cerca de 400.000 turistas al año, mucho de los cuales llegan en los cruceros que navegan por el Duero.

A decir de esa importancia de la villa, debido a su localización geográfica se convirtió en un importante puerto fluvial comercial, sobre todo para el transporte del Vinho do Porto, que antiguamente se hacía en los barcos ‘rabelos’ y, más tarde, con la llegada del tren, pasó a ser comercializado a través del tráfico ferroviario. Como para no dotarlo de todas las infraestructuras, como vimos. En estos días, el turismo –asociado también a la producción de vino- se ha convertido en una importante fuente de riqueza, con una importante oferta hotelera y de restauración.

Pinhão. La estación de tren más artística de estilo oitocentista. El puente de hierro del ferrocarril, el puente que se eleva como un esqueleto para vadear el Duero, un puente romano en el río Pinhão, los barcos ‘rabelos’, los bellos solares y quintas y, sobre todo, paisajes del Duero que incitan a los visitantes a recorrer para encoger el alma, con especial relevancia durante las vendimias –con miles y miles de vendimiadores perdidos en las laderas- y las lagaradas de la cosecha. El viajero recomienda, también, subirse a un vagón de la Linha do Douro y acercarse a Pocinho o Régua y, si tercia, coger el Comboio Histórico a Vapor –la experiencia es única-.

Favaios, donde el pan de Manuela y el moscatel

Manuela, la panadera de Favaios, de 67 años curtidos

El día va cayendo. Las sombras de las colinas se confunden en el cristalino del río. Llegan dos ‘rabelos’ llenos de turistas tras navegar por las mansas aguas del Duero. El cielo, allá en la curva donde las aguas toman dirección Régua, luce un tenue manto de mosto que dibujan los últimos rayos del sol. Es el momento de emprender regreso, por esas carreteras empinadas que encogen el alma, hasta la freguesía de Favaios.

El ascenso hasta la meseta solo se ve salpicado por las luces de los coches que se cruzan en la estrecha carretera y el tintineo de las lámparas que se desperdigan por las laderas cual ojos que nos guían en la noche duriense. El séquito llega a Favaios, a la panadería de la señora Manuela cuando suenan las campanas de la iglesia que llaman, no sabe el viajero si a misa, oración o para señalar el fin de la jornada.

La panadería, algo ya adecentada, aún sirve ese pan especial hecho con esmero, de manera artesanal con el famoso trigo de los ‘Quatro Cantos’, y cocido en horno de leña que le confiere esa textura y sabor tan especial. Manuela, la panadera, de 67 años curtidos, denota alegría y picardía de las mujeres que todo lo saben porque lo han vivido. Ese sarcasmo propio de quienes a diario aún viven el auténtico contacto del cara a cara y no saben del ‘guasá’ ni del ‘facebuk’. Ella, auténtica, ofrece compota de sabor especial y mantequilla para untar en ese pan que sabe a pueblo y mojado con el moscatel.

De allí, no podía ser de otra manera, los visitantes se trasladan a la Adega Cooperativa de Favaios, especialmente conocida por su Moscatel de Favaios. Una exquisitez en el paladar este licor que recuerda al viajero los tiempos de niñez cuando, a escondidas, los monaguillos bebían de la botella de la sacristía.

Moscatel en Favaios

El Moscatel es el nombre dado a un grupo de variedades de uva bastante dulce. Varios vinos y espumosos son producidos a partir de esta variedad de uva, manteniendo siempre la característica del azúcar. De sabor glicerinado, a dulce de miel y mermeladas, presenta un aspecto transparente de color oro brillante y un aroma de casta evidente, presentando algunas notas de naranja y miel. En general, acompañan muy bien las sobremesas – los dulces y las entradas- y también cuando están fríos como refrescantes y aperitivo.

Fue también la visita a Quinta Avessada, lugar de ‘alto turismo’, donde convergen viejas tradiciones del vino –en un pequeño museo bodega- y las necesidades del nuevo negocio llamado ahora enoturismo.

Un recorrido que finaliza en el Museo del Pan y del Vino, instalado en un clásico edificio conocido como ‘A Obra’, que sin serlo, explican al viajero, su fachada más bien simula antigua iglesia, convento, hospedería u hospital.

Gastronomía de sabor fuerte y refinado

Feijoada transmontana

De vuelta a Alijó, cuando la noche ha entrado de lleno con su manto de frío y humedad, es momento de apreciar la gastronomía de la tierra. El lugar elegido por los anfitriones es el restaurante ‘Cêpa Torta’. A decir de los guías, uno de los más exquisitos del concejo. Buenos entrantes de embutidos y carnes ahumadas y maíz de montaña. Y después, una feijoada transmontana de chuparse los dedos. Ello acompañado del pan de Favaios y de centeno de Vila Chã y de postre el pudín de castañas. Todo ello regado, no podía ser menos, de Vino del Duero con sobremesa de chupito de Moscatel, como para endulzar la noche.

Adelantamos el tiempo para referir otro restaurante, donde el viajero entró a comer, junto a una pareja de amigos periodistas de Braga, el restaurante Pelourinho, en la plaza del pelourinho de Alijó y haciendo esquina con el restaurante, dicen que donde se bebe el mejor café, al que llaman Café da Paz, donde los lugareños comienzan con fuerza la mañana. Ciertamente que se puede apreciar la comida popular de siempre. Un cocido portugués acompañado de embutidos ahumados, todo una delicia. Los compañeros de mesa piden un brazo de carne asada con diverso acompañamiento. Los ojos se van a esa carne que emana exquisitez. Para cerrar el almuerzo, la señora Marioliva Santos, la cocinera y dueña, esas mujeres de bata blanca y manos curtidas de aguas y cuchillos, ofrece, con total seguridad, el mejor pudín que el viajero haya degustado. Suave, cremoso, de mil sabores al deshacerse en la boca y con ligero gusto a canela… Único!

Alijó, belleza partida en dos

Mirador de Casal de Loivos

Tanto hoy como en el pasado, el clima, la situación geográfica y el magnífico patrimonio natural y arqueológico se impusieron como factores de atracción a estas tierras. Hermosos palacetes, iglesias, ermitas y casas señoriales distribuidas por las diversas quintas y freguesías se suman a la riqueza natural.

En el concejo de Alijó, la belleza es siempre omnipresente y está marcada por dos zonas diferenciadas por su naturaleza, la zona norte agreste, rica en el cultivo del aceite, cereales, legumbres, patatas y almendras. Y la zona sur, típicamente duriense, repleta de viñedos en terrazas y paisajes verdes.

El motivo del viaje no es hacer geografía, sino contemplar árboles como el más grande platanero que el viajero haya visto. Un enorme árbol centenario, mandado plantar en 1856 por el Vizconde da Ribeira, situado en el mismo centro de la villa que parece ya cubrir la techumbre de la iglesia que le acompaña y a la que da continua sombra.

Nuevamente el grupo deja Alijó para dirigirse a Casal de Loivos donde habrá una visita al Museu do Azeite (D’Origem) con probatura y excepcionales vistas al Duero. Otra visita a la Quinta do Jalloto –de nueva construcción, también con vistas de una gran belleza- con cata de vino y, finalmente, al Mirador de Casal de Loivos, que ofrece unos paisajes de azul cielo y viñedos deslumbrantes y que, a veces, como en este momento, deja que el viajero siga con la mirada un crucero navegando contracorriente a la búsqueda de Barca d’Alva, y el tren que marcha de Pinhão a Régua.

La visita no da para más, salvo una fotografía de rigor en una inmensa fuente que recibe a los visitantes en su entrada al municipio por una moderna avenida, donde se representa al esforzado vendimiador con su cesto a la espalda…

Ya decía Baudelaire, “para no sentir el horrible peso del tiempo sobre sus espaldas, hay que embriagarse sin tregua. De vino, de poesía o de virtud, a vuestra elección. Pero embriáguese”. El destino del viajero nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas, cachis!

FOTOS LUIS FALCÃO